FORMEMOS “CACHORROS” CON CIMIENTOS SÓLIDOS

Imagínate un ambiente de música en frecuencia, calmada, paulatina; tu ritmo cardíaco comienza a estabilizarse y a sintonizarse, y tal vez esa quietud cerebral que necesitas comienza a fundirse con cada frecuencia. Tus músculos comienzan a relajarse. De pronto estás en ese lugar que amabas de pequeño y una voz comienza a guiarte: “…respira profundo…”

Después de una pausa y un fuerte suspiro, esa voz que te hace sentir cómodo y seguro delicadamente te dice: “Vayamos a aquel lugar donde fuiste feliz”.

Existe un lugar en el universo donde fuiste muy, muy feliz, sin prejuicios, sin ataduras, ni mortificaciones. Fue un lugar donde encontraste paz. Tal vez en el sabor de la sopa de fideo de tu abuela, en el fuerte rodar de la bicicleta, en el abrazo de tu madre, en el reconocimiento de tu padre, en un gol; no es un lugar físico, es un momento, un solo momento. Tú viviste para ese momento.

Interrumpo tu viaje con una transición tajante:

¿Tu niñez fue buena?

Escuchábamos con nuestros hijos una canción, autor: José Luis Perales, “Que canten los niños”; para mi sorpresa, me vi obligada a detener la música ya que uno de ellos rompió en llanto. Ellos lo saben, la guerra, la pandemia y muchos temas que no vivimos nosotros, y fue un regalo ver que nuestro hijo aún tiene esta sensibilidad con el prójimo.

“…que canten por esos que no cantarán…” ¡DIOS! El mundo está de cabeza; negar la realidad es una falacia. 

Pero si existiera, si llegara a existir algún lugar de paz y de felicidad, quiero que sea en mi hogar y que la infancia de mis hijos sea un ramillete de hermosos recuerdos y sensaciones placenteras. 

Que aquellos miembros de mi manada se sientan abrazados, pertenecientes; que seamos nosotros aquellos que los impulsen, que les aplaudan, que los hagamos sentir orgullosos de quienes son y darles la certeza de que son maravillosos tal y como son.

Que aprendan a aullar tan fuerte defendiendo sus principios y sus valores, pero también que sepan que cada aullido reunirá a su manada para apoyarlos si están en una situación difícil o de peligro.

¿Sabes cuántas terapias hacen todos los días los adultos para poder superar traumas del pasado, para lograr superar heridas profundas que siguen doliendo aún hasta la edad madura? 

Aquellas interrogativas como “¿dónde estaba tu lugar seguro?” Y a muchos niños, ahí donde la vida debía ser lo más feliz posible, se los arrebataron. Dentro de su misma manada. 

Discusiones, juicios, etiquetas, altas exigencias, perfectos resultados. Nuestros niños ya pasaron difíciles momentos. Absorber más tristes historias sería un error abominable y pido a Dios por aquellos angelitos que apagaron su voz, aquellos que vivieron persecuciones, guerra y terror… todo esto se nos hace tan lejano que evadirlo nos vuelve egoístas.

Hoy que somos esta generación en la etapa de crianza o círculo primario, como tíos o abuelos, nos toca esforzarnos un poco más que antes para el cuidado de nuestros cachorros; porque así como hay escasez de agua, si existe algo en extinción es el genuino amor y el verdadero sentido de pertenencia, el hallazgo de lo que realmente nos hace felices. 

Se nos olvidó cómo vivir sin tanta urgencia, sin tanta autoexigencia; se nos comenzó a olvidar cómo soñar e imaginar. Qué sabios son los niños que imaginan, que sueñan y que construyen su futuro con fantasías y sueños.

Recordemos que vivir simplemente ya es un regalo de Dios. 

Así como habrá un momento en que el cachorro destete, habrá un momento en que nuestros hijos ya no reciban los “nutrientes básicos” directamente de nosotros, sino de la vida. Así que, mientras lo hagan, qué mejor que sea de su propia manada.

Perdimos mucho tiempo creciendo rápido, dejamos inconclusos asuntos importantes en el camino: “quiénes somos”. 

Ocupamos que esta nueva generación crezca más segura y auténtica que la nuestra, no más adultos rotos. Hagamos cachorros con cimientos sólidos y con un fuerte aullido. 

Hoy no escuchamos el estallar de cañones; sin embargo, SÍ estamos en guerra: guerra de ideologías, de métodos de crianza cada vez más prácticos y con menos apego, erróneamente pensando que la independencia es más importante que un abrazo.

Si hoy aullamos, si hoy luchamos, que sea porque impulsemos a los niños a soñar, tal vez en el trayecto podamos recordar cómo volver a ser niños.

Cristina Aguirre Rosales

Licenciada en Derecho, egresada de la Facultad de Jurisprudencia, escritora activa. Esposa y madre de tres hijos. Dedicada a la crianza y siempre en la búsqueda de contribuir a su formación y su entorno.