Por: Dolores María Cárdenas Aguirre
Antes que nada quiero agradecer a todos los que hoy nos acompañan para despedir a mi querido papá, Héctor Miguel.
Papá, hoy es un día de profundo agradecimiento por tu vida. Para quienes te conocimos, sabemos que es muy difícil resumir estos 89 años y el amor tan grande que sentimos por ti en unas cuantas palabras.
Hablar de ti sin hablar de agricultura sería imposible. Dicen que la vida bien vivida es como un campo fértil: al final de la cosecha, el sembrador puede mirar atrás con paz, sabiendo que la semilla se sembró, se cuidó y dio fruto abundante. Así fue tu vida, papá.
Pero tu siembra más grande y valiosa fue en tu familia. Estuviste siempre profundamente enamorado de mamá, con quien cultivaste una historia de 66 años de fidelidad y entrega. De esa siembra nació tu mejor cosecha: tus siete hijos —Héctor Miguel, Ricardo, Minis, Anabel, Claudia, Marynez y yo— y más tarde se multiplicó en la vida de tus 27 nietos y 17 bisnietos. Todos nosotros somos fruto de tu amor, testigos de tu ejemplo, y llevaremos esa semilla por siempre en nuestros corazones.
Tu trabajo dejó una huella profunda en Saltillo, que siempre recordará los frutos de tu visión en las papas. Tu amor por la siembra comenzó hace más de 70 años, acompañado de constancia, disciplina... y porqué no de esos innumerables sándwiches que comías bajo el mismo árbol, fiel testigo de tu entrega y sacrificio.
Como buen agricultor, supiste que en el campo como en la vida hay años buenos y años malos, plagas y heladas. Pero tu resiliencia, tu capacidad de levantarte y seguir adelante, nos enseñó a nunca rendirnos. Nos mostraste que el deber es dar siempre el 100 por ciento, y luego dejar el resto en manos de Dios, viviendo la vida sin miedo.
También tuviste pasión por la aventura. Como piloto, te arriesgaste con audacia, disfrutando la velocidad y la emoción de los retos. Como deportista, cruzaste lagos nadando. Como explorador, recorriste el mundo.
Pero tu raíz más profunda, papá, fue la fe. El recurso más importante de tu vida siempre fue Dios y tu amor a la Virgen de Guadalupe. En el rancho organizabas peregrinaciones en su honor, reuniendo a toda la comunidad para caminar con fe y devoción.
Ese amor sigue vivo en nosotros, y lo recordaremos cada 12 de diciembre en las fiestas a la Virgen: con los fuegos artificiales, los toritos y la alegría que marcó para siempre la infancia de tus nietos, sobrinos y amigos.
Papá, tú supiste sembrar en tierra fértil. La semilla de tu entrega germinó en tu familia, en tu comunidad y en tantos proyectos que hoy siguen dando fruto: fundaciones, hospitales, colegios como el Cumbres, Tecnológico de Monterrey en Saltillo y el Hospital Muguerza. Donde quiera que pusiste tus manos y tu corazón, brotaron vida y esperanza.