Domesticar un zorro

El zorro traza el espíritu de lo que significa la devoción entre dos personas con esa tierna y a la vez sólida palabra: domesticar

Dedicado a Jorge Oyarzábal Aguirre

El otro día pude saludar por teléfono con un antiguo amigo mío del colegio con quien no hablaba desde hacía años. Me dio mucho gusto recordar con él viejos tiempos en que jugábamos juntos al futbol, tramábamos una caza de insectos y demás aventuras de esos “años maravillosos”. Cuando colgué, me quedé un poco melancólico y a la vez alegre. Melancólico por pensar que los años van pasando y que ese candor infantil que teníamos parece escapársenos de entre las manos.

Alegre por ver que hay personas con las que puedes compartir tus logros y derrotas, tus alegrías y tristezas; en definitiva, un amigo al que puedes confiar tu alma con la seguridad de no ser traicionado nunca. Todo esto trajo a mi mente uno de mis libros de cabecera y que recomiendo de corazón: El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Es increíble ver cómo el escritor francés refleja en esas páginas antológicas lo que es una auténtica amistad. El zorro traza el espíritu de lo que significa la devoción entre dos personas con esa tierna y a la vez sólida palabra: domesticar. “Y, ¿qué significa domesticar?”, preguntamos nosotros con el Principito: –Es algo ya casi olvidado –dijo el zorro–, significa “crear lazos…” –¿Crear lazos? –Así es –dijo el zorro–.

Tú ahora no eres para mí más que un muchachito semejante a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. Para ti no soy más que un zorro semejante a otros cien mil zorros. Pero si me domesticas, entonces seremos necesarios uno para el otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo… Esos lazos son las experiencias vividas juntos, la confianza que todos buscamos en los otros y que nunca debe ser quebrantada. Es algo tan natural… Siempre buscamos alguien con quien caminar, el brazo protector que rodea tu espalda hablando durante los momentos alegres y también en los difíciles, un hombro en que apoyarte. Éstos son los amigos, los auténticos.

Y aquí viene la pregunta: ¿soy yo capaz de vivir así? ¿Soy esa persona que nunca traiciona, que no busca intereses propios, que saca continuas sonrisas a los demás, que es un testimonio de vida para el otro? Sí, no es sencillo. Sobre todo si pensamos que el egoísmo siempre acecha a nuestro corazón. Pero aquí, de nuevo, viene el zorro en nuestra ayuda. ¿Qué podemos hacer para permanecer fiel a tu amigo?: –Ahora te regalaré mi secreto. Es muy simple: sólo se puede ver bien con el corazón. Lo esencial es invisible para los ojos.

 Los hombres han olvidado esta verdad –dijo el zorro–, pero tú no debes olvidarla. Debes ser responsable para siempre de lo que has domesticado. ¡El corazón! En la Biblia la palabra corazón se aplica a la síntesis entre la razón bien cimentada en la fe y la voluntad dispuesta a obrar con rectitud. Y todo esto es lo que encausa las emociones y los sentimientos. Es, en definitiva, el centro del ser humano. Y es ahí en donde encontramos la fuerza y la motivación para ser responsable de los que hemos domesticado…

Así pues, lo esencial (léase lo trascendental, lo que dura para toda la vida) es “invisible” a los ojos de la miopía materialista y egoísta que constituye muchas veces el pan nuestro de cada día. Pero, con los lentes de un amor sincero y sencillo, la visión de una auténtica amistad te permitirá ser ayuda para el otro y permanecer fiel a ese amigo que tienes delante. ¡Cuánto cambiaría el mundo si aplicáramos esta gran verdad! Hay que empezar por nosotros mismos. De hecho, fue lo que un buen amigo, que ahora está con el Amigo, me enseñó en su paso por esta tierra. Y quiero que su legado no caiga en tierra estéril. Por eso, a ti que lees estas líneas, te quisiera preguntar con el corazón en la mano: ¿me domesticas?

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.