Bla, bla, bla

Quitándoles a las palabras la veracidad y el concepto que las caracteriza; pasa que sólo “hablamos por hablar”

Qué sobrevalorada se encuentra la capacidad del habla. Sabemos que podemos hacerlo y nos aprovechamos de ello, diciendo y expresando cada minúsculo detalle que se nos ocurre en el momento, lo cual no tiene absolutamente nada de incorrecto o reprochable. Sin embargo, al saber que hablar es algo que podemos hacer constantemente, pasa que uno sólo habla, más ya no comunica, quitándoles a las palabras la veracidad y el concepto que las caracteriza; pasa que sólo “hablamos por hablar”, olvidando que siempre hay alguien que nos cree y nos escucha. Póngase cómodo, mi queridísimo lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Lo invito a que haga un ejercicio relativamente rápido y sencillo: sitúese en un lugar cualquiera donde pueda sentarse a escuchar, ya sea las noticias de la televisión, alguna conversación simultánea en la terraza de algún café, etcétera. Ahora, escuche –que no se confunda el ejercicio, pues no le invito a que sea “metiche”, sino que preste atención a lo que la gente habla hoy en día en términos generales.

No me dejará mentir si le digo que, entre tantos temas de interés, de cultura y de proactividad que se pudieran tratar sobre una mesa o entre un grupo de gente que se reúne para disfrutar su compañía, se tiende a hablar de cosas materiales, cosas novedosas y -quizá el tema más común- cosas que sugieren el criticar a otras personas (cabe recalcar que, como en todo, existen sus excepciones y ojalá sea usted, querido lector, una de ellas). Hablamos, la mayoría del tiempo, para juzgar, comparar, prometer y criticar; hablamos para imponer opiniones y no para compartirlas, perdiendo el sentido real que conlleva la palabra “dialogar”. Hablamos y hablamos y hablamos de los demás como si la vida de uno no fuera lo suficientemente interesante o como si no existieran tantos otros temas de real relevancia, como el misterio del inicio de la existencia, el calentamiento global, la relatividad del tiempo, la sistematización de la vida, por mencionar algunos. En pocas palabras, hablamos por hablar y no por aportar. Existe una frase que seguro todos conocemos: “Hablando se entiende la gente”. Pero, ¿en verdad nos entendemos? Defínase “entender” como “percibir y tener una idea clara de lo que se dice, se hace o sucede o descubrir el sentido profundo de algo”.

Sin embargo, hablar pocas veces tiene relación directa con entender, pues se utiliza más otro tipo de uniones, como hablar-gritar, hablar-discutir, hablar-ordenar y -hablar-ofender, cuando debiese ser hablar-entender, hablar-empatizar, hablar-respetar, hablar-producir, hablar- crear, hablar-pensar y hablar-dialogar. Justamente por ello no sorprende el hecho de la falta de compromiso a la hora de hacerlo, pues hablar, cuando uno es congruente, tiene relación directa a su vez con el hecho de “cumplir”. Pensamos que sólo cuando somos pequeños es cuando aprendemos “a hablar”, más no es así. Es en una edad de cierta madurez en que uno empieza realmente a aprender la maestría del habla, tomando en cuenta que, si bien es una capacidad única, entonces debe ser utilizada con sabiduría, generando acciones y no sólo más y más palabras. Querido lector, si le digo que imagine que cada palabra que usted dice le resta un segundo de vida, seguro comenzaría a utilizarlas con cuidado; sin embargo, no tendría por qué existir tal escenario para que usted se dé a la tarea de llevarlo a cabo. Si es que tiene algo que decirle al mundo, procure que sea congruente, que pueda ser cumplido y que las palabras que va a emitir sean mejores que su silencio.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.