FOTOS: ALEJANDRO RODRÍGUEZEn el Día del Arte, Laila Castillo celebra más de una década hilando memoria, territorio y arte textil desde el bordado.
Con una sólida trayectoria de más de una década, Laila Castillo es una artista saltillense dedicada al arte textil, cuya obra ha transitado a través de la expresión figurativa; ha trabajado el retrato y el paisaje a través del bordado.
Laila ha impartido talleres en Saltillo y en otras ciudades de México, así como en el extranjero, lo que le ha permitido que muchas mujeres tengan acceso a un contexto artístico. Este 24 de abril expondrá en el ático de la Casa Purcell la muestra “¿Qué le cuentas a las plantas? Herbario de plantas medicinales”. Con motivo del Día Internacional del Arte, 360 tuvo la oportunidad de entrevistarla.

Fue por accidente. Yo tenía un puesto en el Ecotianguis, ahí hacía chalecitos, tejidos, pulseras y tal. En ese tiempo yo no hacía nada de producción artística, estaba dando clases y los fines de semana haciendo artesanía, pero decidí renunciar a la escuela cuando la escuela iba a cumplir 10 años y dije: “Voy a hacer un homenaje para mi mamá y un evento para Othli”, pero buscando qué hacerle vi que una placa no iba con la personalidad.
Entonces dije: “Le voy a hacer un retrato”, porque yo estudié arte, pero mis pinturas estaban secas porque tenía muchos años de no usarlas. Pero tenía hilazas, y en lugar de pintarlo, decidí bordarlo. Y le hice un retrato bordado. Desde ahí, ya no pude parar.

Creo que mi trabajo va por tres caminos diferentes. Uno es el figurativo, porque sigo haciendo retrato y trabajos por encargos. Los otros son el investigativo y el pedagógico. En el pedagógico busco promover la exploración del textil; en su mayoría se ha dado con mujeres, aunque no fue una intención. Pero es que el bordado y el textil están íntimamente relacionados con el género femenino. Los martes y los jueves nos reunimos acá (en su taller); ya se va armando una pequeña comunidad. Yo propongo la ritualización del bordado en momentos aislados, en ciertos rituales que hago durante el año. Se abren a todo el público y son de una clase única.
Por otro lado, tengo el Círculo de bordado que es como darle un poco más de seguimiento; nos juntamos dos jueves al mes. El año pasado hicimos “El libro de puntos”, fue un proyecto que trabajamos durante todo el año y concluyó con una exposición en Casa La Besana. Este año, siendo coherente con la investigación que estoy haciendo, estamos abordando el tema de las plantas. Entonces cada mes conocemos una planta medicinal diferente, yo les doy el patrón o gráfico y ellas lo bordan. También tengo la clase de los martes, que es de pintura con hilo. Todo esto entra dentro de la pedagogía.
En cuestión de investigación, soy como un pececito dejándome llevar por las mareas. Estoy terminando el proyecto del PECDA (Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico) que se llama “¿Qué le cuentas a las plantas?”, y es un herbario textil de las plantas medicinales del Cañón de San Lorenzo.

Inevitablemente. Somos un pedacito más del territorio. Esta serie -“¿Qué le cuentas a las plantas?”- sale de mis visitas al Cañón. Vamos casi cada fin de semana.
Entonces, lo he estado platicando con las chicas los jueves: las plantas son importantes. Sale el comentario: “Así olía la casa de mi abuelita”, “tenía un árbol de tal en el jardín”, “o cuando me caía me hacía tal cosa con tal planta que había”. Entonces, trabajar con las plantas te evoca ciertas memorias muy de aquí, regionales.
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Cuando nos reunimos a bordar coincidimos en que es un espacio para nosotras. Luego me cuesta trabajo hacer una división jerárquica de alumnas y maestra, porque la mayoría son mujeres más grandes que yo. Entonces al final termino aprendiendo más de ellas que ellas de mí, ¿no? Por eso decidí ponerle a este ejercicio de los jueves “Círculo de bordado”, porque no hay un orden jerárquico; estamos sentadas en círculo y todas compartimos nuestros saberes. El bordado es el pretexto, pero hemos terminado hablando del matrimonio, de los hijos, de la contaminación, de ecología, de mil cosas que surgen en la mesa.
La primera vez que gestioné una exposición para ellas fue el año pasado en La Besana, y fue muy conmovedor verlas tan posicionadas y orgullosas de su trabajo, porque muchas de ellas no están relacionadas con el mundo del arte de manera tan directa.

Es básico. Creía que estando encerrada, sin salir, alejada, me convertía en una persona ermitaña, que mi trabajo no se relacionaba con los demás porque creí que era una persona solitaria. Pero no se puede hacer arte textil sin entretejer con otros. Eso ya… me lo voy a tatuar.
De eso me cayó el 20 en la primera residencia que hicimos en Uruguay. Tuve que aprender a abrirme y entregarme al afecto. Fue catártico para mí, sobre todo en esa primera residencia. Estábamos 17 personas en el mismo lugar. Hacíamos trabajo comunitario, había que lavar los trastes, ir por agua, hacer pequeñas comisiones y cada persona se encargaba de algo diferente. Es irónico porque trabajé así durante 10 años en la escuela, lo trabajo así en mi casa, pero hacerlo con gente que nunca había visto en mi vida me costó un montón de trabajo.
Eso me despertó el interés por buscar a más textileras en Coahuila, que creo que ya somos muchas, porque además muchas artistas que vienen de lo visual están utilizando textiles. No sé si se autodenominen artistas textiles, pero sí están utilizando textiles en su obra.
¿Qué desafíos has enfrentado como artista textil en un mundo del arte dominado por otras disciplinas?
Creo que a mí me tocó el camino pisadito. En esta era del arte contemporáneo, interdisciplinario, donde se vale de todo, creo que más bien un poquito sería quitar la idea del arte textil como manualidad o como artesanía, que también es y no tiene menos valor, pero también hay otra posibilidad, es decir, una posibilidad expandida y propositiva. Valoro muchísimo la tradición artesanal, que es indispensable para la identidad de los pueblos, pero creo que también es una herramienta para expandir otras ideas.
¿Cómo defines el valor del bordado dentro del arte contemporáneo y qué piensas sobre la percepción de esta técnica en el mundo artístico?
Va creciendo la empatía hacia los materiales flexibles en el mercado del arte contemporáneo porque trabajar con este tipo de materiales está súper cargado de simbolismos, entonces da para evocar muchas cosas. El arte textil lo permite.
¿Hay alguna pieza en particular que consideres clave en tu trayectoria? ¿Qué la hace especial para ti?
Todas. Cada pieza tiene su historia. Creo que el retrato de mi mamá es el inicio, pero con cada pieza me voy encariñando. En Torreón presenté una instalación que se hace performance, que es la primera vez que hago algo performático. Viene de un proceso personal muy intenso y le tengo mucho cariño. Se llama “Custodia”.

Siempre es diferente. Creo que mecanizar los procesos sería contraproducente. En cada una de las investigaciones que he tenido, el camino ha sido completamente diferente. Hay veces que empiezo por el concepto, hay veces que primero llega la materia. Trato siempre de estar atenta a los estímulos para ver de dónde puedo jalar algún hilito para seguir investigando o creando.
Pero cuando una pieza está terminada es una sensación muy extraña, porque se vibra.

Lo bonito es que no tengo idea. Ahorita la vida me llevó a las plantas. En este proyecto estuvo colaborando Radko Tichavsky, que está haciendo un Manual etnobiológico de plantas del cañón, pero apenas lleva 20 plantas, y el próximo mes viene para hacer otra visita de reconocimiento y registrar y hacer el manual del resto de las plantas. Y creo que eso me va a dar chamba para no sé qué. Tal vez una publicación, no sé si la ilustración la haga yo, o la haga comunitaria, no sé, pero por ahí se vislumbra seguir trabajando en el vínculo entre la ciencia y el arte.
¿Cómo puede alguien incursionar en el arte textil, cuál deben ser sus primeros pasos?
Querer. Nada más. Y venir. Ha venido gente que nunca ha pegado un botón. No necesitas tener conocimientos de puntadas, solo un trapito y un hilito.