En solo tres años Jeremy Scott ha logrado poner a Moschino en boca de todos, resucitar su espíritu provocador, agitar las redes, disparar las ventas y revolucionar la industria con gadgets ‘lo veo y lo quiero’
La iconografía es una herramienta poderosa que te permite conectar con un mayor número de personas”
MADRID.- Jeremy Scott lleva poco más de tres años al frente de la dirección creativa de Moschino. Pero, convertido en asesor estético de su propia campaña, tan extravagante como mediática, ha sabido convertir sus desfiles en la mejor estrategia de marketing.
Sus puestas en escena agitan las redes sociales y disparan las ventas. Según fuentes de la marca italiana, los 10 primeros días tras el show, Moschino alcanza el pico de ventas de la temporada.
De un túnel de lavado –con vestidos forrados con cintas de señalización, chalecos de emergencia y bolsos en forma de señal de tráfico– a una hoguera de las vanidades –con la versión chamuscada del esmoquin de Yves Saint Laurent y Anna Cleveland desfilando literalmente en llamas– o una pasarela de muñecas recortables –con Gigi Hadid e Irina Shayk vestidas con diseños planos: estampados por delante, en blanco por detrás–. Un escaparate irónico e irreverente de fantasía lista para consumir que capta adeptos y amplía su lista de fans a través del merchandising: camisetas en las que se lee “La moda mata”, fundas de iPhone en forma de patatas fritas de McDonald’s, osos de peluche, espráis limpiacristales, espejos de Barbie… Es el triunfo de la política “lo veo, lo quiero”.
El último gran avance de la cultura pop que anunció Warhol. Una nueva era del diseño de masas. Sátira inteligente de la industria para sus defensores; populismo textil para sus detractores. Porque, como reza el documental que se estrenó en 2015, Scott es “el diseñador del pueblo”.
“I’m a Barbie girl, in a Barbie world. Life in plastic, it’s fantastic”. La canción del grupo Aqua podría estar incluida en una banda sonora imaginaria de su trabajo. Del mito rubio de Mattel a Bob Esponja o los Looney Tunes. Todos han pasado por el taller (de transformación y recaudación) del diseñador de Missouri. “No conozco otra cultura que no sea la cultura pop. Es mi lengua vernácula, mi manera de ver el mundo. Para mí, la señal de stop es un icono, como el logo de McDonald’s. Así procesa mi cerebro estos símbolos”, explica Scott. “La iconografía es una herramienta poderosa que te permite conectar con un mayor número de personas. Da igual si están en Estambul, Madrid, Dubái, París o Kansas City. Todos saben quién es Mickey Mouse.
Ya no existe la moda, sino que existen las modas. El hombre culturalmente rico necesita la diversidad”
Y si pongo las orejas de este personaje de Disney en un casco del ejército, todo el mundo entiende el mensaje irónico sobre el absurdo de la guerra, porque es un lenguaje universal”, argumenta. “El imaginario pop llega al gran público”. Sobre todo, cuando el mensajero es alguien como Rihanna. La de Barbados lució el casco en el vídeo de Hard.
Frívolo, bromista e ingenioso, Scott defiende la fascinación actual por el culto a la celebridad, que en los 60 el pop art elevó a la categoría de arte. ¿El uniforme de azafata de Britney Spears en Toxic? Es de Jeremy. ¿El bañador concha de Lady Gaga en Paparazzi? Suyo. ¿Los cuatro trajes que Katy Perry utilizó en el espectáculo de la Super Bowl? También. ¿La renovada imagen de la estatuilla de los MTV Music Awards? Obra de Scott. Consciente de que, en la sociedad digital moderna, las giras y los videoclips de las estrellas tienen más fuerza que la propia pasarela, el diseñador multiplica sus amigos (y sus colaboraciones) en la industria discográfica. “Katy [Perry], Miley [Cyrus], Madonna… ¡Son iconos! Exactamente igual que la señal de detención obligatoria. Quizá el enfoque sea distinto cuando trabajas en el vestuario de un espectáculo, pero el lenguaje es el mismo”, razona.