LAS OVEJAS BAILAN REGGAETON

Hace unos meses me visitó el insomnio y para poderme alejar de él saqué mi ábaco mental y comencé a contar, una a una, todo un rebaño de ovejas que saltaban la barda de un corral. Ésa sería la última vez que lo haría, ya que durante la noche me sucedió algo inaudito.

No habían pasado ni diez minutos desde que había conciliado el sueño, cuando un sonido de afuera me despertó. Brinqué de la cama y lentamente abrí la puerta de mi habitación. Lo que contemplé me dejó boquiabierto. Ahí, en la sala, se había montado un antro: luces, amplificadores muy potentes y un escenario increíble. Poco a poco me fui percatando de lo que mis ojos veían y fui escrutando cada uno de los rincones.

La sala estaba abarrotada. La gente bailaba al ritmo de Maluma, J Balvin y muchos otros. Pero de repente, el DJ anunció una gran sorpresa. Esa noche nos acompañaría el gran ídolo del momento: “señoras y señores, con ustedes… ¡Bad Bunny!”.  El grito fue ensordecedor. Y sí, ahí estaba, con una pañoleta cubriéndole el cráneo rapado, sus brazos tatuados, los pantalones rotos… todo un mito. Comenzamos a imitarle en sus cadencias mientras nos cantaba. Era nuestro ídolo.

Pero sucedió algo que me hizo volver en mí. A mi lado bailaba un joven del que me hice buen amigo y que era muy fan de Bad Bunny. Le propuse que le pidiera subir al escenario. Mi compañero aceptó de buen grado y, cuando tuvo cerca al cantante, lanzó un fuerte grito, sólo que en vez de palabras… ¡produjo un balido! Al instante me giré y vi con horror que, en lugar de mi compañero, estaba una oveja erguida en dos patas. Miré a mi alrededor y noté cómo, uno a uno, los espectadores se convertían en ganado ovejuno.

De pronto, alguien me llamó: “¡Hey!”. Volteé la mirada y vi a Bad Bunny sonreír: “¿Te extraña? Todos son iguales: viles ovejas. Hacen lo que los ídolos hacemos. Siguen el cencerro que les va guiando con nuestra música. Y tú, ¿por qué no has cambiado?”.

El escenario se iluminó y el pegajoso ritmo comenzó su cadencia. Me tapé los oídos, pero me fue imposible: las piernas no obedecieron la orden de mantenerse quietas y sentí cómo me empezaba a salir lana por mis poros. Quise gritar, pero mi voz se convirtió en un fuerte válido, igual al de mis compañeros de pista. Pero, aun así, seguí bailando, junto a los demás hombres-ovejas. Y escuché decir a Bad Bunny: “¡Bailen ovejas!¡Bailen, bailen…!”. Un gran remolino entró de mi cuarto a la sala, devorándonos a todos. Cerré los ojos. Lo único que se alcanzaba a escuchar era la voz de Bad Bunny: “¡Bailen, ovejuelas, bailen…!”.

Abrí los ojos y me vi recostado en mi cama. En seguida analicé mi cuerpo: piel humana, sin rastro de oveja. Pero por todo el suelo yacían infinitas bolitas de lana. Noté que no tenía almohada. En una esquina, junto a mi bocina, descubrí su funda vacía. Y ahí al lado, desde la pantalla de mi celular, Bad Bunny me sonreía. Y me vinieron a la memoria sus palabras finales: “¡Bailen, ovejuelas, bailen…!”.

En fin, ahora ya sabes por qué no cuento ovejas cuando me da insomnio. Y creo que sobra decirte que mi gusto musical cambió. No quiero ser una vil oveja, ¿comprendes? Sin ofender, claro, pero muchos nos dejamos engañar con facilidad. Tal vez todo haya sido un sueño. Lo que sí puedo decirte es que ahora comprendo por qué sólo las ovejas bailan reguetón. ¿O qué opinas tú?