LAS EMOCIONES Y EL VINO

Cuando te sirves una copa de vino, los sentidos se ponen en alerta: empieza por la vista analizando los colores, después pasa a la nariz presentando sus aromas y finaliza en el gusto. Pero el catar un vino va más allá, no son los sentidos los únicos receptores en ese momento, entran a la jugada los nervios sensoriales y el procesamiento mental, que generan emociones en cada uno de nosotros. Estas hacen que cada consumidor tenga una experiencia única. Dependiendo del estado de ánimo, el entorno y las circunstancias, el vino puede llegar a ser tu favorito o terminas por repudiarlo.

¿Te ha pasado alguna vez que pruebas un vino en el viñedo, lo consideras delicioso, y al tomarlo en otro momento no te parece tan espectacular? Esto es muy común, ya que al estar entre las viñas, tu cuerpo está relajado, rodeado de vistas hermosas y con compañía que disfrutas. Te encuentras en una situación en la que tu cuerpo recibe lo que tomas desde la felicidad. Cuando vuelves a degustar el mismo vino, tiempo después, en otro entorno, piensas: “no sabe igual a cuando lo probé ahí”. No te vendieron una botella distinta a la que tomaste ni te engañaron, esto es porque tus emociones están en una situación diferente y, por esa razón, la percepción del vino cambia.

Las circunstancias positivas crean un ambiente que te hace exaltar lo que degustas. El estar en un lugar que te maravilla, acompañado de personas que te llenan el corazón, festejando un logro o celebrando algún momento de felicidad, hacen que lo que ingieres sea percibido desde el júbilo.

Las emociones pueden afectar de manera negativa el vino y aquí tengo dos anécdotas. Cuando estudiaba para ser Sommelier, tuvimos una cata de vinos de la región de Chateauneuf du Pape. Al analizarlo, encontramos canela, frutos maduros, madera y especies. Era un vino que evocaba a la Navidad.

Mientras compartíamos nuestras opiniones acerca de la botella, una compañera dijo que a ella no le había gustado nada ya que los aromas no le parecían agradables. El maestro le preguntó si algo le había ocurrido alrededor del 24 de diciembre y ella respondió que había perdido a su abuelo ese día, hacía un par de años. Para ella, la Navidad no era un momento de celebración y reuniones agradables, sino que marcaba un evento muy triste en su vida. Recordando esto al reconocer los aromas, sus sentimientos rechazaron el vino. El olfato es el sentido que tiene mejor memoria, por lo que trae a flote las emociones asociadas a los recuerdos que percibe.

En otra ocasión, llegué a una cata después de haber tenido un día difícil, por lo que estaba con sentimientos de enojo y tristeza. La actividad consistía en degustar cinco vinos y reconocer el que estaba avinagrado. Para mi sorpresa, todos estaban defectuosos. Al mencionar esto al maestro, me preguntó acerca de mi día. Cuando le conté lo que me había ocurrido, me contestó que era normal que todos me parecieran en mal estado, mis emociones estaban alteradas y mi cuerpo no se encontraba en óptimas condiciones para catar, dando como resultado el creer que los vinos tenían algún problema.

Estas situaciones son ejemplos de la relación que tienen el vino y las emociones. Dependiendo del estado emocional, el vino puede ser recibido de un sinfín de maneras. No hay dos personas que perciban un vino idénticamente, así como puede variar ante un mismo catador.

Al degustar cualquier vino, déjate sentir lo que tus emociones reciban. Permítete volver a los recuerdos que te evoca. No importa si te lleva a momentos de alegrías, melancolías o tristezas, estos han formado a la persona que eres hoy en día. ¿Y qué mejor manera de celebrar el camino recorrido, y lo que falta por recorrer, que con una copa de vino?

Eloísa Boardman

Licenciada en Derecho por el Tecnológico de Monterrey, MBA IPADE y Sommelier por parte de Le Cordon Bleu. Apasionada de la lectura, los viajes y el vino.