LA SALA DE ESPERA

CLARA VILLARREAL

El confinamiento nos tendió una trampa: nos puso en la sala de espera.

Esperamos y esperamos con paciencia a que la pandemia pase, a que creen la vacuna, a que la luz verde del semáforo de la contingencia nos permita salir, a que la economía se active y retomemos la vida como la conocíamos. ¿Pero todo lo que anhelamos llegará? Y si llega, ¿llegará tal y como deseamos? 

En ocasiones, sin duda, es muy sabio esperar. Sin embargo, estar en la sala de espera engaña, ilusiona y paraliza. De momento puede ser cómodo, pero nos envuelve como hace la humedad, infiltrándose por cada poro de la piel, y puede llegar a ser un pretexto para perder el tiempo, para ocultar el temor o para no comprometerse. 

La trampa, además, comienza a manifestarse como miedo a creer en las capacidades propias y nos lleva a aceptar todas las dudas que surgen y que, con el tiempo, sólo crecen. 

Analicemos con valentía si, poco a poco, el tiempo de espera ha migrado hacia el estancamiento o la parálisis. ¿Qué hemos hecho para que, pasado este momento, tengamos la satisfacción de decir: “Qué bueno que hubo pandemia, porque fue gracias a esa oportunidad de la vida que…”?

La naturaleza, como siempre, pone el ejemplo con su ímpetu. Basta ver la fuerza y voluntad de vivir que hay en una flor citadina que crece en medio de dos placas de concreto. ¿Y nosotros, la especie evolucionada del planeta, qué ejemplo dejaremos a las generaciones venideras?

Se necesita encarar la situación con una gran dosis de realidad y coraje para comprobar si hemos agregado algo a nuestra existencia, o si la espera nos ha cegado e impedido iniciar algo nuevo, emprender, sin la seguridad de no correr riesgos, de estar en el momento adecuado, sin señales concretas o garantías. 

Qué curiosos somos los seres humanos: carecemos de paciencia para esperar -sea lo que sea: que hierva el agua, que se descarguen los documentos de la red, que nos traigan el platillo en un restaurante o que nos contesten en un banco-, sin embargo, ¡ponemos nuestra propia vida en espera! 

Cuando quedamos a la espera, todo a nuestro alrededor sufre, empezando por nuestras relaciones. ¿Cuántas veces los conflictos se alargan porque las dos personas esperan que la otra ceda y tome la iniciativa? Y ni hablar de nuestra autoestima y nuestro trabajo; incluso envejecemos más rápido, a la espera del momento adecuado para salir de deudas o terminar con los pendientes. Decimos que hay que esperar a que la pandemia termine, a concluir el año, a que los hijos se vayan de casa, o qué sé yo, para entonces sí disfrutar la vida.

La solución es “querer querer” 

Podemos reducir la solución de esa espera infinita a la cuestión de: “querer querer”, como decía mi padre, y actuar. Imaginar, crear, arremangarnos y jalarnos de la camisa para salir del cuarto de dilación, tan seductor y peligroso a la vez, para entonces darnos cuenta de lo que sí es posible y de lo que ya está ahí y nos aguarda, aún dentro del encierro. Al subir el primer escalón, sabremos que tenemos la capacidad y el talento para subir el segundo, y así de manera consecutiva. 

Todos podemos ser más, hacer más, apreciarnos más. Es cuestión de aniquilar al implacable crítico interior que nos dice: “Si fuera más joven, si tuviera la capacidad, si tuviera más dinero, si no hubiera pandemia”, en fin.

Lo único que quedará detrás de nosotros será la vida. Hagamos lo que esté en nuestras manos por salir de la trampa que nos tiende la sala de espera, para que, al pasar de los años, un día podamos mirar atrás y decir con orgullo: “Así lo quise”, “así lo decidí” y no “así me tocó”, “fue mala suerte” o peor aún: “Era mi destino”.

Gabriela Vargas

Empresaria, conferencista a nivel nacional e internacional, primera asesora de imagen de México, comunicadora en prensa escrita, radio y televisión, esposa, madre de tres hijos y abuela de ocho nietos.