EL OLFATO: GASTRONOMÍA Y LITERATURA (5)

JESÚS R. CEDILLO

Tiempos buenos y lejanos en el calendario, cuando usted entraba a una cafetería y esa buena cafetería olía a café recién tostado y hervido. Nuestra memoria se desata con los olores, sean estos buenos o desagradables. Y todo es relativo para encuadrar en un corsé dicha taxonomía olfativa. ¿Cuáles son los olores agradables, cuáles los desagradables?

Muchos y variados comentarios me han llegado con motivo de esta saga de textos, donde mínimamente hemos explorado uno de los sentidos, emparentando éste con el motivo de esta columna dominical: la gastronomía. Y en este especial caso, el asedio al olfato. Sentido denostado hasta por el mismo Aristóteles, cuando habló de su condición “primitiva”. No así el oído, que conduce a la música, y la vista, que conduce a la obra plástica. El tacto, como la lengua y el olfato, están emparentados, según el sabio estagirita, con las pasiones terrenales y carnales: la gula y la lujuria. Llevamos apenas cinco textos al respecto y sobran citas, versos, fragmentos de novelas, memorias, testimonios, anécdotas. Es decir, un largo entramado donde se manifiesta el feliz matrimonio entre gastronomía, el olfato y la literatura.

Unánimemente, el mejor texto escrito en el cual el personaje principal es el olfato, es la portentosa novela “El perfume” de Patrick Suskind. Usted lo sabe: al nacer sin olor alguno, el personaje principal, el abominable Jean Baptiste Grenouille, se dedica a elaborar perfumes de todo tipo de linaje. Hasta llegar a uno: al culmen, el mejor. Así lo describe Suskind en la novela: “Crearía uno que no sólo fuera humano, sino sobrehumano, un aroma de ángel, tan indescriptiblemente bueno y pletórico de vigor, que quien lo oliera quedaría hechizado y no tendría más remedio que amar a la persona que lo llevara, o sea, amarle a él, Greonouille, con todo su corazón”.

Mucho aún por explorar, señor lector, mucho por investigar y deletrear en estas letras dominicales. Prometo volver periódicamente al tema debido a la cantidad de notas ya listas. Pero sigamos ancilados en la novela del austriaco/alemán, ¿cuál es el olor de Dios? ¿Cuál es el olor de un humano?, ¿cuáles son las notas odoríferas que caracterizan a un hombre para oler a eso: hombre, a un humano?

Somos lo que comemos, por lo tanto la composición olorosa de un hombre es la siguiente: “Tras el umbral de la puerta que conducía al patio, había un pequeño montón, todavía fresco, de excrementos de gato. Recogió media cucharadita y la mezcló en el matraz con unas gotas de vinagre y un poco de sal fina. Bajo la mesa del taller encontró un trozo de queso del tamaño de una uña de pulgar, procedente sin duda de una comida de Runel, tenía bastante tiempo, ya empezaba a pudrirse y despedía un fuerte olor cáustico. De la tapa de una lata de sardinas que halló en la parte posterior de la tienda rascó una sustancia que olía a pescado podrido y la mezcló con un huevo, también podrido, y castóreo, amoniaco, nuez moscada, cuerno pulverizado y corteza de tocino chamuscada, todo picado finamente…”

¿Y Dios, cuál es su olor? Al estar en una catedral de París, sentado en una de sus bancas, Grenouille: “Permaneció sentado… aspirando con profundas bocanadas el aire saturado de incienso… ¡Qué ridícula la elaboración del aroma desprendido por este Dios!… Ni siquiera se trataba de incienso verdadero; lo que salía de los incensarios era un mal sucedáneo, falseado con madera de tilo, polvo de canela y salitre”.  Le agregaremos muchas letras nuevas a este espinoso y oloroso tema.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.