Todos hemos experimentado ese tipo de “saberes” y, en al menos algún momento, hemos accedido al misterio de la intuición, la sincronicidad, los sueños o de una premonición, como prefieras llamarlo.
Mi perra, por ejemplo, sabe cuando estoy por llegar a casa. Sin importar la diferencia de horario, ella se echa a esperarme cerca de la puerta minutos antes de mi regreso. El cuidador me confirma que no falla. ¡¿Cómo lo sabe?! Otro caso, como muchos que conocemos, es el de la hija de Sofi, mi amiga, que un día le dijo: “Soñé que tenías cáncer, mamá”, lo cual resultó cierto.
Se trata de un conocimiento más allá del tiempo y el espacio, un tipo de información no lógica que surge de una conciencia interconectada diferente a la intelectual.
Carl Gustav Jung lo llamó el “inconsciente colectivo”. El médico y psiquiatra David Hawkins (1927-2012), estudioso de la evolución de la conciencia, lo describió en el conocido “Mapa de la conciencia”, como el eslabón perdido y el puente entre el cuerpo y la mente. Es decir, como una interfaz entre la dimensión visible del mundo material y la dimensión no visible -sin embargo, muy real- de la mente y el espíritu, en la cual el cuerpo humano sirve como instrumento de detección. ¿Cómo es esto?
La vida es inteligente y lo que busca es su desarrollo, lo sabemos. El doctor Hawkins, en su libro “The Map of Consciousness Explained”, asevera que el protoplasma diferencia entre estímulos que afirman la vida y los que la amenazan. Es decir, el cuerpo por naturaleza se fortalece frente a todo aquello que apoya la vida y se aleja de todo aquello que sea negativo.
Aunado a lo anterior, en 1970, el psiquiatra John Diamond demostró por primera vez lo que ahora se utiliza alrededor del mundo y se conoce como kinesiología. Es decir, el uso de la respuesta muscular para evaluar el impacto positivo o negativo que un estímulo tiene sobre el cuerpo.
Cuando se trata de probar si un estímulo es o no favorable a la vida, la persona estira el brazo de manera horizontal y el médico gentilmente presiona hacia abajo su muñeca. Ante un estímulo positivo, el brazo del paciente -el músculo deltoides- no se mueve un ápice. Esta respuesta puede producirse con algo tan sencillo como el dicho de una verdad, una sonrisa, un producto saludable, música clásica, la vista de la naturaleza o los actos de generosidad.
En cambio, ante un estímulo nocivo o negativo, como una mentira, el discurso engañoso de un político, una sustancia dañina para el cuerpo o una foto de Hitler, el brazo cae de manera instantánea, pues el músculo deltoides se debilita. Increíble, ¿no?
Bajo esa premisa, el doctor Hawkins encontró que “todo en este mundo, incluidos los pensamientos, los conceptos, los libros, las sustancias y las imágenes provocan una respuesta negativa o positiva. Todo lo que es o ha sido, sin excepción, radia una frecuencia vibratoria que actúa como una huella permanente en el campo impersonal de la conciencia y puede recuperarse con esta prueba y mediante la conciencia misma”. Muchos no le creyeron.
Entre los miles de experimentos de Hawkins, su favorito era el que realizó a un público de mil personas. A 500 de ellas se les dio un sobre sin marcar con azúcar artificial y a los otros 500 con vitamina C orgánica. Se dividió al público en pares, para probar los sobres de manera aleatoria. Fue un momento eléctrico cuando todos y cada uno de ellos se dieron cuenta de que habían tenido la respuesta acorde al contenido: fortaleza o debilidad.
Si estuviéramos más en contacto con nuestra intuición, podríamos afirmar lo dicho por el doctor Diamond: Sí, en efecto, “el cuerpo no miente”.