CANGREJOS AL VAPOR

El argumento de la película, muy exitosa en los años noventa del siglo pasado y que aún hoy se sigue viendo con deleite, es el siguiente: una historia romántica de un par de jóvenes que se conocen en la flor de la vida en un pequeño poblado de Carolina del Sur, Estados Unidos. Ella es de posición acomodada (como siempre), él es un chavo atractivo pero sin un peso en los bolsillos. Se enamoran como Dios manda. 

Luego de dicho verano tórrido de temperatura y amor, ella se va con sus padres. Le prohíben volver a ver a dicho joven. Él, lector empedernido de poetas norteamericanos e ingleses (Walt Whitman, William Shakespeare, T.S. Eliot, Dylan Thomas, Tennyson…), le empieza a escribir cartas cada mes a su nada por espacio de dos años. Nunca llegan a manos de ella, la madre las intercepta en el camino. Ya prometida en matrimonio, luego de 14 años en el limbo ambos y sin contacto alguno, ella vuelve al pueblo a buscar al muchacho de sus sueños para ajustar cuentas con su pasado. 

Pues sí, terminan juntos luego de muchas peripecias, llantos y alegrías. Ella se convierte en pintora de renombre. Él la ama y es por quien se mantiene a flote siempre la familia. Hasta el final. Cuando a ella le llega en la senectud el mal del desierto: Alzhéimer. Enfermedad vacía, árida, estéril como el desierto, la cual no deja memoria intacta. Para que ella más o menos recuerde su vida y pasado, él – en su ancianidad y en el hospital- se pone a diario a relatarle la historia de los dos. ¿Lo recuerda? Es “Diario de una pasión”, novela de Nicholas Sparks (1996). Novela que luego fue llevada al cine, repito, con tremendo éxito de taquilla.

Vi la cinta un par de veces. Hoy he leído el libro. Siempre se me había antojado leer la obra, pero hasta hoy pude verlo en una librería y, claro, lo compré y lo he disfrutado enormidades. Sparks es, como buen escritor gringo, bueno para contar historias. Así sin pretensiones. Sus personajes aman, hacen el amor, se mojan en la lluvia, padecen enfermedades y, por supuesto, comen, beben cerveza, café, té, whisky. Y aquí aparece una buena receta de cangrejos al vapor. La transcribo a trompicones: el personaje, Noah Calhoun, se jacta de preparar y servir “el mejor cangrejo de la ciudad”. 

“Pondré los cangrejos a marinar durante unos minutos antes de cocerlos al vapor… Noah abrió una lata de cerveza y una botella de salsa picante… vertió la cerveza en (la olla) con agua, luego añadió la salsa picante y unas hierbas aromáticas. Removió el agua para asegurarse de que la mezcla se disolvía por completo y se dirigió a la puerta trasera en busca de los cangrejos”. 

“Cuando los cangrejos estuvieron listos, los metió en la olla que había en los fogones… Levantó la tapa de la olla, vio que a los cangrejos todavía les faltaba un minuto y dejó que se cocieran a fuego lento”. Al final, los frío en una sartén con mantequilla. A la vez, hogazas de pan untadas con mantequilla y verduras a discreción también al vapor. 

¿Usted ha comido cangrejos, señor lector? Pues yo, en honor a la verdad, un par de veces en mi vida en sendos viajes a la playa. Esto fue hace años y la anterior receta, pues sí, sí se antoja.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.