En una de las páginas de “La serpiente emplumada”, D. H. Lawrence describe así al mezcal mexicano, bebida la cual lleva al cielo y al infierno en el mismo viaje y boleto: “esa bebida que, aún teniéndola en los labios, no puedes creer que sea real”. El mezcal, bebida mexicana para ángeles o demonios, es para gente de carácter. O suicidas en potencia. Si usted no bebe, alguna vez en su vida, y antes de morir, hágalo. Beba un par de copas.
No por algo su embrujo ha seducido a decenas de escritores de otras latitudes, los cuales han caído en su vapor etílico. Hart Crane, Malcom Lowry, Aldous Huxley, Gaham Green, Hunter S. Thompson y el ya nombrado D. H. Lawrence son solo algunos de los escritores de primera línea que han estado bajo su palio y magia. No pocas veces el mezcal y sus generosas libaciones forman parte integral de sus textos o bien son un texto en sí como personaje y armado vertebral de las novelas, cuentos y poemas.
Si usted ha tomado mezcal, ¿cuántos ha aguantado usted en una sola sentada? Hay un escritor, genial él, el cual así murió: atado al potro del alcohol, pero con la suficiente garra, disciplina y trabajo, que hizo de su obra no solo un homenaje al mezcal y las tierras de México, sino que forma parte del patrimonio mundial de la literatura. Malcom Lowry escribió la “Divina Comedia” ebria: “Bajo el Volcán”. Pero tiene un libro de poemas bello y feroz como pocos. Es “Un trueno sobre el Popocatépetl”. Libro el cual ya casi es imposible de conseguir.
Aquí hay un poema que se titula “Treinta y cinco mezcales en Cuautla”. En un fragmento del poema se lee:
Las escupideras puestas de cabeza pueden indicarlo así,
también el vaso.
La muchacha vuelve a llenarlo, sirve un vaso de muerte,
y si esa muerte está en ella está aquí en mí.
¿Qué es un mezcal servido en la copa? Un vaso de la muerte. Tengo mi propia experiencia con esta bebida no para vivos, sino para muertos en vida. Siempre me ha gustado. Me gusta y lo prefiero al tequila. Si usted me da a escoger, prefiero, y siempre, una copa de mezcal. ¿Uno? Pues no es ninguno. ¿Dos? Pues luego de beberlo de un golpe, es necesario chuparse el jugo de un limón o comer una rodaja de membrillo o manzana o naranja. ¿Tres mezcales? Empieza a traerme la locura y un placentero sopor paulatinamente. ¿Cuatro, cinco mezcales? Pierdo la cuenta y hablo en lenguas.
Juro que he hablado todo tipo de lenguas que ni siquiera sabía que existían. Y, claro, en la gran fraternidad de los hermanos de taberna, todos nos hacemos entender y todos entendemos. Nunca recuerdo si me bebí cuatro, cinco o seis mezcales… ¿35 mezcales? Leamos a Malcolm Lowry:
El ruido de la muerte colma este desolado bar
donde la tranquilidad se sienta concentrada en su
oración…