PARA BRILLAR, NO NECESITAS APAGAR LA LUZ DE LOS DEMÁS

Hoy hablaremos de un sentimiento que es muy común en nuestro día a día, que nos frustra y acaba haciéndonos mucho daño: LA ENVIDIA. 

Hace algunos años, trabajé para una empresa canadiense, en la industria automotriz. El eslogan de la empresa era: YOUR SUCCESS IS MY SUCCESS’ (Tu éxito es mi éxito) y esa frase se quedó conmigo. Ahí entendí que si yo te ayudo a ser mejor, yo también soy mejor. Por ejemplo, en el ámbito empresarial, si mi empresa ayuda a la tuya a que te den un contrato o a mejorar tu producto o servicio, me volverás a contratar; y en el ámbito personal, lo que das, vuelve. Tal vez no de inmediato, pero siempre vuelve. Si das en positivo, vuelve en positivo; si das en negativo, vuelve en negativo.

Les voy a poner un ejemplo claro de dos personas que todos conocemos: Kiko y El Chavo del 8. 

Kiko tenía mamá, una casa, comida y juguetes; pero se la pasaba envidiando al Chavo, quien vivía en un barril, sin nada aparentemente, porque su felicidad no estaba puesta en las cosas materiales. Su felicidad venía de adentro, de la simplicidad de las cosas. El Chavo lo entendió: la felicidad no es material, no se palpa; la felicidad se siente en un abrazo, en una sonrisa, en un ‘gracias’, en ayudar, en lograr algo por lo que te esforzaste.

Hay personas que para crecer pisotean a otras, que se enojan cuando a un familiar o amigo le va bien. Hay personas que incluso sabotean la felicidad del otro, como lo hacía Kiko con el Chavo, quien siempre terminaba frustrado y llorando, mientras que el Chavo se iba feliz a dormir a su barril. 

Ser una persona envidiosa y rencorosa es como comer veneno y esperar que el otro se muera: el único perjudicado eres tú. Si tan solo dejaras de ver los logros ajenos y te centraras en los tuyos, comprenderías que cada vida es diferente en tiempo y forma. Una persona puede tener un negocio a los 20 y ser exitoso, mientras que otra tuvo una familia a los 20 y a los 30 está empezando su negocio. 

Lo que pasa con la envidia es que, lentamente, sin darte cuenta, dejas de ser feliz y terminas por amargarte, sintiéndote inferior e incómodo en tus zapatos.  

La buena noticia es que nunca es tarde para cambiar, pero hay que trabajar para llenar tu corazón, reforzando quién eres, para que nada, ni nadie te tumbe.

¿Y cómo se hace?

  1. Dale gracias a Dios siempre, por todo lo que te ha dado (en especial cuando estés pasando por alguna dificultad), porque si Dios te sacude es para llevarte a un lugar mejor, para sacarte de tu zona de confort. Hay una frase que me encanta: Si Dios sacó a alguien de tu vida es porque Él escuchó conversaciones que tú no escuchaste. A veces no entendemos ciertas cosas y sufrimos, pero ten la seguridad de que lo que Él hace y permite es SIEMPRE para nuestro bien. 
  2.  Mira dentro de ti, ¡ya tienes todo lo que necesitas para ser feliz! 

Cuando tienes confianza en ti, cuando sabes quién eres, cuando sabes tu valor y lo que aportas a la mesa; no te importa si llegas en un Ferrari o en un Tsuru. Porque tú no eres tu vehículo o tu ropa. Tú eres tu inteligencia, tu simpatía, tu corazón y tu forma de ser.

Para lograr esa confianza, necesitas tener cuidado con cómo te hablas. Cambia el QUÉ TONTA por LO PUEDO HACER MEJOR”; cambia el NO PUEDO, NO SIRVO por PUEDO LOGRARLO SI HAGO TAL O CUAL”. El cómo te hablas, la historia que te cuentas, son claves fundamentales para reconstruirte fuerte y seguro, pero se requiere de un trabajo interno para sanar tus heridas, que no todos están dispuestos a hacer. 

La felicidad puede ser hackeada, la puedes crear desde tu interior. Por ejemplo, yo con mi enfermedad; en vez de sentirme triste y derrotada, cambié la perspectiva y la historia que me cuento por: ‘estoy invirtiendo en mí, estoy regenerando mis órganos, estoy haciendo una limpia, borrón y cuenta nueva, para comenzar los siguientes años de mi vida desde cero, con un cuerpo fuerte y sano, y más sabiduría’

Y ya para terminar, procura que la próxima vez que le veas a alguien algo que tú quieres, en vez de hablar mal de esa persona, de enojarte o envidiarla, por qué no dices: WOW, ¡QUÉ PADRE! Qué increíble que lo tiene, yo también lo quiero’. Después, sonríes y dejas ir ese pensamiento con alegría, sabiendo que si él o ella lo tienen, tú también lo puedes tener; que te sirva de inspiración y no de desesperación.

 

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Promotor y gestor creativo. Creador. ciclista y lector.