Momentos eternos

“Lo que de veras fue, no se pierde. La intensidad es una forma de eternidad”. –Jorge Luis Borges

Fragmentos de tiempo, paréntesis de realidad, eventos circunstanciales. ¿Qué somos los humanos sino vida? ¿Qué es la vida sino una recopilación de momentos? ¿Qué son los momentos sino recuerdos eternos? Exactamente a un año de que usted lee, siente, confía y vive cada viernes de lo que existe entre usted, mis letras y yo, quisiera conmemorarlo dedicándole precisamente eso: un conjunto de momentos eternos. Esta muestra de poesía es algo que pretendo hacer público en un futuro cercano, más quisiera que saboree un poco de ello. Póngase cómodo, mi estimado lector, pues lo menos que puedo hacer por usted es robarme su atención y hacer de este breve instante un buen y agradable rato.

‘Coma por coma’

Ya te he dejado de escribir. Comencé por quitar los acentos, uno a uno, hasta que “tú” se convirtiese en un corriente “tu” y las palabras perdieran, una a una, el sentido que las caracteriza. Después fueron los puntos ortográficos; cada coma una lágrima, cada punto suspensivo la esencia de un nunca existente final. Así, sucesivamente, con las letras, los conceptos; oraciones completas destruidas de raíz, transformando un “ya nunca me dejes” en un simple y descarado “ya nunca”. Un esperanzador “nosotros” en un contundente, agonizante “no”. En fin, te he dejado de escribir; y si pudiese también destruir la oración anterior, diría sencillamente… “Te he dejado”.

‘Sometidos a la experiencia de existir’

Debo dejar de cuestionarlo todo: los encuentros casuales, la veracidad de quien se encuentra al frente, la separación eterna entre la luna y el sol. He manifestado mis inquietudes a los médicos, quienes me han remitido, incontables veces, a una habitación de manicomio. También he visitado a los científicos, los cuales se esconden detrás de lo visible, lo existente; los cuales, al escuchar una pregunta, temen no poder darle respuesta. Toqué la puerta de todas las religiones buscando la sensación de refugio y resguardo, tratando de encontrar a Dios en sí mismo; sin embargo, entre tantos, fracasé en reconocer al que se dice ser el “correcto”. Reviví a poetas, filósofos, seres del pasado que quizás tomaron consigo el secreto de la existencia; se miraban entre ellos, como si aquel secreto no fuese un secreto del todo. Como si, al callarlo, estuviesen, en realidad, salvándonos de nosotros mismos; salvándonos de ser salvados. Después de todo lo anterior, no cupo lugar para la duda: seres humanos, sometidos todos a la ambivalencia que reside en esta experiencia llamada “existir”.

‘Tómame’

Tus manos, tu delicado par de manos; he ahí mi vida que yace entre cada espacio de ellas, como jugando a la cuerda floja; como si nunca me fuesen a dejar (caer). Y tu tacto, la forma en la que trazas nuevamente mi silueta, dibujándome a tu gusto, tocándome sin usura… Gastándonos sin prisa. Retrata, pintor idealista, en las comisuras de mi rostro, las hojas que, por la época, descienden hasta su muerte; las hojas rojas y marchitas que reflejan mi sentir. Haz de mí tu lienzo, tu arte, tu perdición, tu encuentro. Tómame, aquí estoy. Tómame, que no me voy. Mi querido lector, siendo conscientes que la vida está hecha para algo más que tan sólo vivirla, lo invito a que viva de esos momentos de eternidad; esos en que “aunque el tiempo no pare de correr, yo me detengo a vivir.”

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.