Una gota

Una gota de agua circundada por todo un océano de ellas, que, aunque pequeñas, no por eso son menos meritorias

Al repasar hace poco la página de la revista Famiglia Cristiana, me sorprendió la carta que un preso enviaba al editor. En ésta se hablaba de María Anna Greco, viuda desde hace más de veinte años, con sesenta y ocho de edad, y muchísima generosidad.

Una de sus líneas la calificaba con una frase que se podría aplicar a todos cuantos realizan un trabajo de servicio escondido. El autor escribe: “Ella se define como apenas una gota en el océano, ¡pero para nosotros es la gota que marca la diferencia!”.

Desde hace mucho tiempo se dedica a visitar a los detenidos del área de alta seguridad de la cárcel de Tolmezzo, en Italia. Su encuentro no representa la bandera de ninguna asociación u ONG. La única tarjeta de presentación que tiene es la caridad. Nadie la dirige, nadie le exige que vuelva, nadie le da remuneración alguna.

A los reclusos -hombres rudos y muchas veces criminales endurecidos- los llama “mis niños”. Para ellos siempre encuentra una palabra de aliento y conforto. El tiempo no le sobra, pues, además, debe cuidar de su madre de más de noventa años. Aquí, una vez más, se confirma el adagio: querer es poder. El que quiere ayudar, siempre encontrará el modo de hacerlo, sin importar las muchas ocupaciones o el poco dinero.

Su servicio no tiene nada del otro mundo. Se basa simplemente en dar apoyo y sostén a algunos de los hombres más abandonados por la sociedad: los presos. Por ello no hay sonrisa que se ahorre cuando alguien la necesita. ¡Y vaya que hay que ser tenazmente optimista para regresar una vez tras otra a dar alegría a un lugar donde todo parece invadido por la tristeza!

El autor de la carta, Ugo De Santis, la llama “voluntaria global”, pues en su corazón caben los hombres de todos los continentes. Y es que en esta institución, más del 70% son extranjeros. Ella jamás discrimina raza, edad, lengua o cultura; es de todos y todos de ella.

Cuando se trata de sacrificio, María no sabe matemáticas. No ha aprendido a meter lo que entrega en una fórmula. Sólo lo da. Sólo se dona a sí misma. Porque generoso no es el que da mucho, sino el que se da todo; no es cuestión de calidad ni de cantidad, se trata de totalidad.

María Anna Greco no busca reconocimiento por su labor. Simplemente actúa. Tiene de su lado la fuerza que da el pensar sólo en los demás. Por ello cada vez que vuelve a ver a sus “niños” detrás de los barrotes, siempre encuentra la energía necesaria para sonreír.

Lo hermoso de su trabajo consiste en no ser una gota de aceite aislada en un vaso de agua. Sino, precisamente como ella dice, una gota de agua circundada por todo un océano de ellas, que, aunque pequeñas, no por eso son menos meritorias.

 

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.