UN MILAGRO DE CARNE Y HUESO

Sentado en un banco de hospital, con los codos sobre las rodillas y la mirada perdida en su pensamiento, se encontraba Jorge. A primera vista parecía tranquilo, pero no lo estaba
en absoluto. La llamada que le hizo Ana esa mañana a la oficina le había puesto muy nervioso. ¡Cómo era posible que el lunes a mediodía, en plena reunión con los jefes, llegara la hora! Pero, bueno, así son las cosas y el deber es el deber. Dejó todos los
pendientes en lista de espera y se lanzó desenfrenado a su casa.

Al llegar a su domicilio, se encontró a su mujer con sus nueve meses de embarazo y gimiendo por el dolor. Se acercó y le preguntó cómo se sentía. Ella, no sin gran esfuerzo, sólo le dijo: «Vámonos». Aún estaban a tiempo. Con cuidado recostó a Ana en la parte trasera del coche y marchó a toda velocidad rumbo al hospital.

Una vez llegados a su destino, Jorge descubrió que ya le esperaba el Dr. Julio rodeado de numerosas enfermeras. Acompañó a su mujer caminando a un lado de la camilla, diciendo las frases más inspiradoras que se le ocurrieron. Al llegar a la puerta del quirófano, le obligaron a ponerse una bata y mascarilla para la boca. Estaba tan nervioso que se puso la bata al revés y se colocó la mascarilla como un casco de soldado. El Dr. Julio le sonrió y dijo: «No se preocupe, siempre sucede la primera vez que se va a ser padre». Y lo que sucedió después le fue difícil de seguir. Lo único que recordó fueron los gritos de Ana, doctores por todas partes, unas pinzas que pasaban por su cara, el techo que le daba vueltas y, ya muy lejano, el llanto de un niño. Después, ya no supo nada.

Cuando abrió los ojos se encontraba en una habitación del hospital. Una enfermera muy gorda le miraba sonriendo pesadamente: «¿Qué, ya estás mejor o no se te pasa todavía la emoción por el bebé?». Se tocó la cabeza y notó que le dolí a mucho. Volvió
a ver a la enfermera y puso cara de interrogación. Ella le dijo: «Te desmayaste a mitad del parto. Se ve que no aguantaste el ambiente. ¡Ja!, si supieras todo lo que yo he pasado… Pero bueno, me imagino que querrás ver a tu mujer y a tu hijo, ¿no? Pues sígueme».

Tras recorrer una serie de pasillos llegaron a la habitación 233. La puerta se abrió y entró detrás la enfermera. Contempló ató nito a Ana recostada en la cama sonriendo ampliamente y, junto a ella, algo diminuto, inofensivo y tierno: su primer hijo.

Cuando ella le vio, una lágrima rodó por sus mejillas. Sin preguntarse el por qué de eso, Jorge se acercó para ver a su hijo. Lo tomó en brazos y con sorpresa observó su rostro. De pronto, se percató de que sus facciones no eran normales. Con una mirada interrogante se volvió hacia Ana, quien le miró entre asustada y alerta. Entonces comprendió : su hijo tenía síndrome de Down. Y en ese momento el bebé lloró .

Pero, ¿por qué ?, ¿qué había pasado? No sabía, pero de lo que estaba plenamente seguro era que ese niño que ahora lloraba estaba vivo y era su hijo. Le dio un beso muy tierno en la frente y a su mente le vino la canción Milagro de Gloria Estefan y, en voz alta, las fue cantando ante la vista asombrada de todos: «son los hijos la bendición, el milagro de nuestro amor; nos enseñan cómo amar, cómo abrir nuestro corazón. Son los hijos la bendición, el milagro de nuestro amor; son la esencia del hogar; un regalo de Dios».

Tenía los ojos bañados en lágrimas. En realidad, todos los presentes en la habitación los tenían. Instintivamente, se recostó con su hijo bajo el abrazo que Ana le ofreció desde la cama. Ambos sonrieron y miraron a su hijo. Y en esa carita con facciones extrañas distinguieron un nuevo don de Dios en sus vidas.
—¡Bienvenido a casa, hijo! —dijo Jorge.

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.