UN DILEMA PELIGROSO…

CEDILLO

A últimas fechas y con motivo de comprar varias botellas de vino tinto para regalo de Navidades y Fin de Año, me he topado con una disyuntiva ácida. O bien, lo replanteo: no es disyuntiva, sino que es destino por obligación. Al comprar varias botellas, y dependiendo de la marca escogida, muchas botellas de vino ya no tienen corcho… sino que son de taparrosca o corcho de plástico. El tema no es baladí. Y entonces la pregunta, la disyuntiva es válida y saca chispas: ¿tiene que ver el uso o no de un tapón/corcho en el envasado y calidad del vino de nuestra elección?

Alguna vez platicando de este y otros temas con el chef con el toque de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas, sibarita él, defiende que hay tres elementos esenciales en una botella de vino (amén del caldo, claro): la madera de las barricas, el vidrio de las botellas y, claro, el corcho; el cierre definitivo a un buen caldo preñado de uvas syrah, por ejemplo. Tengo mi opinión: me quedo con el corcho. El tapón bien puesto de un corcho es el cerrojazo del elemento definitivo y clave en la maduración de un vino.  

Por lo general, dicen los sommeliers, que saben harto de este espinoso tema, el corcho ya bien puesto es el que permite madurar los caldos en las mejores condiciones. Los corchos en los buenos vinos y utilizados por las mejores casas vinícolas, son largos, sanos y flexibles. En buenos vinos se utilizan corchos de 50 mm de largo. En ciertos vinos de calidad, los corchos andan por el rango de 40-45 mm y los de consumo inmediato son menores a 35 mm. No un científico, sino un poeta. En un añejo libro de una rapsoda que releí en estas noches de otoño, encontré tal vez la primera referencia histórica y alabanza escrita al corcho que tapona una botella de vino.

65 años antes de Cristo, el poeta Quinto Horacio Flaco (Horacio), en sus “Odas y épodos” escribe en el Libro Tercero de sus “Odas” (sigo la traducción de Tomás Meaba): “Este día de fiesta que trae de/ nuevo el año quitará la resina y el/ corcho de esta vieja ánfora que desde/ el consulado de Tulo, bebe el/ humo de mi hogar./ Mecenas, toma cien veces la/ copa que te alarga tu amigo salvado/ por los dioses./ Prolongo hasta el amanecer las vigilantes teas…” ¡Ah!, quitar el corcho sellado con brea o resina de una vieja botella, la cual se habrá de disfrutar como un ritual entre iguales, entre amigos. Chocar no una, sino cien veces la copa llena con la cual se brindará interminablemente por la salud, el dinero, las mujeres, la poesía…  ¡A otro público, señor lector, con semejantes versos!   

La madera de las barricas le da la personalidad y profundidad al vino, sus aromas y persistencia. Su carácter. El vidrio, una buena botella de vidrio es el principal aliado de los buenos caldos, amén de ser como una mujer, un disfrute estético. En los envases de vidrio se desarrolla eso que llamamos bouquet. Ese hálito de vida y ensueño que deja sí, un buen vino y una fémina excitada. El corcho es el sello definitivo. Dice Lidia, musa, en respuesta al poeta Horacio: “Aunque él sea más bello que un astro,/ y tú más ligero que el corcho,/ más pronto a irritarte que las olas/ del Adriático, contigo quisiera vivir,/ contigo quisiera morir”. ¡Caramba lo que provoca un buen vino y una buena poesía!

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.