Sí. Yo también escribí sobre la Navidad.

Trate de contener mis impulsos creativos y no escribir del tema. Fue imposible, así que voy a hablarles de la Navidad.

Me gustaría comenzar diciendo que éste no es el típico artículo cliché de la Navidad. Traté de contener mis impulsos creativos y no escribir del tema, pero fue verdaderamente inevitable. Así que sí, voy a hablar de la Navidad; y te prometo, a ti que me lees, que te va a gustar. Mañana es la víspera de Navidad. Mañana, como cada año, hacemos de un sábado (en este caso) un día especial. Le damos un significado distinto a cada segundo del día y, por un momento, todo se siente diferente.

Todo es diferente. Hacemos lo preparativos necesarios para asegurar que la mayor parte de la familia esté reunida, aunque sea por un solo día de 365 (o 366) que tenemos en el año. Y, precisamente, no nos percatamos de eso. No nos damos cuenta que no tiene que ser Navidad para saludar a la tía que nunca vemos o para ir de visita a casa de los abuelos. Pero, ¿por qué hemos caído en esto? Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Durante los primeros años de nuestras vidas es cuando más convivencia existe con la familia. Si ahora mismo te levantas a buscar algún álbum de fotografías, te darás cuenta que la mayoría son de cuando eras solo un niño; y, en más de una, de seguro estas retratado con muchos de tus familiares.

Miles de momentos que, en ese entonces, no sabíamos el valor que tenían. Veíamos la mesa llena sin darnos cuenta que es ahí donde se encuentra la fortuna y no en un billete de lotería. Me parece irónico cómo esos años, que son los más puros y alegres, son los que menos retiene la memoria. Tal vez por eso se inventó la fotografía: para revivir. Para nunca olvidar. En fin, de vuelta al tema. Eventualmente todos crecemos en este breve momento que llamamos vida, y las cosas comienzan a cambiar. Las agendas se aprietan y las distancias crecen. Nos comienza a faltar el tiempo, ese tiempo que ya no se puede recuperar. Nos frecuentamos menos con nuestros tíos, mamá, papá y parientes en general; y pensamos que no hay problema, pues sabemos, de alguna manera, que la familia, aunque ausente, siempre está presente. Y navegamos con esa bandera, justificando así todos nuestros pendientes. “No pasa nada, al cabo nos veremos todos en la cena de Navidad”, nos decimos en nuestro interior.

Cuánta razón tenía Buda: “El problema es que creemos tener tiempo”. Es así como la Navidad, además de su significado original, adquiere la importancia que tiene, pues es el único día que no hay excusas para evitar estar con quienes, probablemente y a pesar de todo, te quieren más que nadie. Pero esto no tiene por qué seguir siendo así. En casa me enseñaron que la familia es lo más valioso que existe, pues estamos aquí gracias a ella.

Gracias a quien sabe cuántas generaciones, momentos y casualidades del destino te encuentras tú en este mundo, además de atribuirles, en gran parte, el recorrido que ha llevado a la persona maravillosa en la que te has convertido. Mi abuela Blanca, una de las personas que más he amado y con quien tuve la fortuna de coincidir 18 de 19 años que van de mi existencia, siempre nos decía: “En la vida, hijitos, los mejores amigos que existen ya los tienen, y se llaman familia”. Así que, querido lector, fuera de mis buenos deseos para contigo, te invito a dejar de ver la Navidad como una excusa para estar con quienes más te aman y empezar a darles y hacerles ese tiempo que, según nosotros, nos hace tanta falta. Ese tiempo que no es más que éste momento, pues ¿qué te asegura que tendrás otro?.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.