SIÉNTATE, TE TENGO UNA SORPRESA

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Pasó en el mes de agosto de 2004. Un señor llega a su casa, en un rincón de Florida. Está cansado del trabajo, oprimido por el calor.

Su esposa le recibe, se acerca y le dice:

-Siéntate, te tengo una sorpresa.

Él se sienta en el sofá, y ella le trae… un vaso de agua con hielos.

A veces basta poco, muy poco, para que la vida sea más bella. Esta vez ha sido ella la que le ha dado una magnífica “sorpresa” a su marido. Mañana será él quien le diga a ella: «¿Salimos de compras? ¿A dónde quieres que vayamos?» Pasado mañana será el hijo que vive lejos: llama por teléfono a sus padres simplemente para decirles que está muy contento de poder hablar con ellos así, sin más, sin tener que dar ninguna noticia especial.

Sí: basta poco para que la llegada a casa no sea un momento de preocupaciones, sino de alegrías, de confianza, de amor.

Basta poco… Pero a veces no damos ese poco, porque no pensamos en el otro, o porque esperamos que nos sirvan sin que se nos ocurra antes que podemos ser los primeros en servir, o porque se nos ha oxidado un poco el amor y la ilusión de ofrecer algo a quien vive a nuestro lado.

Y pienso la de veces que Dios nos ha salido al encuentro y nos ha regalado mil y un detallitos: un amanecer, un abrazo de un amigo, una palabra de aliento, un buen ejemplo, una buena comida o una buena película. Todos, para quien sabe descubrirlo con el corazón, caricias de Dios para nuestra existencia. Después de todo, ya lo decía el Principito: «lo esencial es invisible a los ojos». A los ojos de la miopía egoísta que sólo ve lo que se puede medir a base de pesos y exigencias y no con la frescura de un corazón agradecido y limpio, que se sabe bendecido porque puede respirar, y ver, y caminar, y tantas otras cosas.

Y yo, ¿a quién podría “sentar” para darle una sorpresa? Porque estoy seguro que si nos dedicáramos a dar más detalles pequeños de cariño y amor, llenaríamos nuestro mundo de mil luces que, como luciérnagas, van volando por el horizonte muchas veces oscuro de las personas que transitan por nuestras calles.

«Siéntate, te tengo una sorpresa». No ha sido oro, ni un cheque, ni una corbata nueva. Ha sido, simplemente, un vaso de agua fresca. Un agua deliciosa, buena, pero, sobre todo, bañada de cariño.

 

 

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.