Ser vida

Sólo un día nunca será suficiente para agradecer lo que han hecho por nosotros a lo largo de todos y cada uno de nuestros días de vida

Aunque podrá parecer otro de los escritos cliché del año, donde la fecha es de gran ayuda para nosotros, quienes nos dedicamos a entretener el brillo de los ojos ajenos, debo hacer constar que está muy lejos de serlo. Estas líneas cuentan con una visión distinta, pues no pretenden sólo redactar una felicitación hacia la persona que tanto nos ama y se ha entregado por entero a nuestro bienestar, además de ser eterna compañía a lo largo de este camino finito llamado “vivir”. Póngase cómodo, querido lector, usted que siempre me obsequia su tiempo, pues ya sabe que pretendo robarme su atención por un buen rato; sin embargo, hoy pónganse cómodas ustedes, ustedes para quienes se ha conmemorado el 10 de mayo, aunque créanme, sólo un día nunca será suficiente para agradecer lo que han hecho por nosotros a lo largo de todos y cada uno de los nuestros. Me parece que todavía no terminábamos de nacer cuando mamá ya quería que aprendiésemos a pronunciar ese par de sílabas: “ma-má”.

Ojalá el organismo, la memoria y el tiempo fueran un poco más nobles y nos dejaran conservar nuestros pensamientos y sentimientos de cuando residíamos dentro del vientre materno. Cuando nos encontrábamos dentro de esa pequeña cavidad de paz y seguridad, la mayoría de las madres del mundo afirman que “ya nos amaban aún sin conocernos”; podría casi asegurar que nosotros, quienes estuvimos viviendo nueve meses dentro de ellas, sentíamos exactamente lo mismo: ya las amábamos sin conocerlas. Bien se ha dicho desde tiempos inmemorables que “madre” es realmente aquella que cría y está presente más que alguien que sólo engendra y da vida. Dicho lo anterior, es prudente entonces reconocer y enaltecer a todas aquellas madres que habitan este planeta, pues no todas cumplen con el estereotipo que se encuentra establecido. En mi caso, me dicen “mamá” e inmediatamente aparece el rostro de mi güera de ojos verdes que, los que la conocen lo sabrán: es, sin duda, la mujer más bella. Sin embargo, existen quienes, al preguntarles por su madre, evocan la imagen de su padre, a quien, por razones infinitas, le tocó cumplir con ambos papeles dentro de la vida de sus pequeños y sacó adelante los sueños y deseos de quienes bajo su resguardo se encontraban.

Así mismo, “mamá” es también, para muchos, la imagen de una abuela, quien, con los años y la experiencia reflejados en su piel y su semblante, recorrió una vez más el camino de la maternidad. Hay madres que existen bajo el nombre de “tía”, que nos aman como a sus propios hijos y que, con el tiempo, tal vez nos convertimos realmente en ellos. “Mamá”, para otros, fue o es una hermana que, aunque también con la necesidad de protección y de un ejemplo a seguir, tuvo que hacerse crecer y adquirir la madurez y la calidad necesarias para ser ambos en la vida de sus hermanos.

Así mismo, “mamá” no tiene por qué tener un lazo estrecho de sangre con su hijo, pues hay madres cuyos hijos se formaron en vientres y hogares ajenos y no por eso dejan de ser sus hijos, así como hay hijos que no sólo cuentan con la bendición de una madre, sino con la de dos. Aunque hoy no es “propiamente” el día de las madres, espero que hace dos días (y todos los días) se haya celebrado, como debe de ser, a todas las madres que existen, llámense mamá, papá, abuela, tía, hermana o algún otro título que se convierte en un “plus” para quien, afortunado en cualquiera de los casos, será acompañado por el amor incondicional de esa persona que, hasta la última de sus respiraciones, demostró que “madre”, más que “dar vida”, es “ser vida”.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.