Debido a que en anteriores entregas de esta columna le platiqué de plantas que curan y plantas que matan, a la par de ciertas pócimas o brebajes que se utilizan mucho en la literatura (William Shakespeare reboza de hartos ejemplos al respecto), y como igual hemos tocado usted y yo un tema escurridizo, el cocinar con flores, debido a lo anterior, repito, un biólogo de la UNAM de la Ciudad de México se comunicó con este escritor y me regaló el siguiente tema, el cual espero desarrollar e investigar más en futuras entregas. Vamos al grano.
¿Qué tienen en común las siguientes plantas de ornato que -lo más probable- hemos tenido todos alguna vez en nuestra sala o comedor? Lea la lista: difenbaquia, la poto o potus, (una muy bella) la azalea, ficus, la famosa oreja de elefante, la planta llamada filodendro y (otra también muy bella) el lirio de la paz. Estas son las principales, aunque luego le presentaré otras que usted también conoce. ¿Qué tienen en común? Son altamente tóxicas e incluso pueden causar la muerte. Así de simple y complicado.
El amigo biólogo de la UNAM me ha puntualizado algunos de los síntomas brutales que puede uno tener por solo manejar, manipular, tocar, acariciar, chupar, comer o masticar sus hojas, sus flores o sus tallos. Por cierto, en este recuento el erudito biólogo también incluye una planta obligada en toda la época decembrina. Sorpréndase, sí, es la ubicua “flor de Nochebuena”. Su nombre para la ciencia botánica es Euphorbia pulcherrima.
Esta flor es altamente venenosa para los perros y los gatos. Puede producir dermatitis y enrojecimiento al contacto con las manos o los ojos. Si se ingiere, produce diarrea, vómitos y dolor abdominal. ¿Es bella? Sí, pero debemos de estar alejados de ella. Bella visualmente, pero tóxica. Y es el caso de una flor de ornato muy socorrida: la azalea. Su nombre científico es Rhododentrum. El biólogo me dijo textual: “Maestro, es tan bella como peligrosa. No me crea mucho, pero debe de estar en uno o dos textos de William Shakespeare y él la utiliza precisamente como veneno poderoso para matar a sus personajes”. De hecho, estoy releyendo lo que tengo de Shakespeare para encontrar estas referencias y, al parecer, ya acerté una: en “Otelo”.
La flor y su néctar, si se ingieren, son fatídicos. Con un puñado de ellas en la panza, uno muere. Provocan entumecimiento perioral, hormigueo, hipotensión, bradicardia y letargia. Luego, la muerte segura. Y hay otra planta igual de venenosa y potente como la azalea. Una flor que, no pocas veces, usted ve en los jarrones de las residencias. Es la letal “oreja de elefante”. Tan alta, bella y gallarda… como tóxica. Si la manipulamos, rompemos o machacamos, produce irritación en la piel y ojos. Si se mastica, provoca dolor, ardor, náuseas y vómitos.
William Shakespeare, Julio Cortázar, Arthur Conan Doyle, Oscar Wilde, Edgar Allan Poe son solo algunos de los grandes estetas que han utilizado plantas o flores como potentes venenos, brebajes o pócimas en sus textos de creación literaria. Sin duda, regresaré al tema.