Enfermos

Pensamos que las peores enfermedades que existen son aquellas que pueden terminar con nuestra vida en cuestión de salud

Hace tiempo que no me enfermaba de esta manera. Mientras les escribo estas líneas, siento cómo cada parte de mí se contrae y se estatifica por tiempo indeterminado, así como también me hago consciente del aumento de mi temperatura corporal y percibo escalofríos todo el tiempo, aunque afuera nos encontramos a 31°C. A veces es bueno saberse enfermo, débil y vulnerable; sólo así recordamos y valoramos los momentos en que estuvimos sanos y éramos capaces de hacer todo. Afortunadamente, este malestar que en lo particular me aqueja llegará eventualmente a su fin, le doy un par de días como máximo. Sin embargo, hay malestares de los que uno no se cura; enfermedades que, más que aquejar al cuerpo, aquejan a la mente, siendo más contagiosos que cualquier otra enfermedad existente.

Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Si usted cree que para estar enfermo uno debe manifestar forzosamente síntomas físicos, está viendo las cosas solamente desde la perspectiva sencilla; está observando solamente el caparazón del asunto, que es comúnmente lo que estamos acostumbrados a ver en todas las situaciones en general, ya sea porque eso es lo que los demás nos muestran o porque estamos indispuestos a ver la realidad. Pero, regresando al punto, hay enfermedades que no se ven a simple vista, debido a que se encuentran transformadas en ideales erróneos que residen en el cerebro, ese que nos da la capacidad de pensar, actuar y lograr todo aquello que ya existe o que está en proceso de existir.

Pensamos que las peores enfermedades que existen son aquellas que pueden terminar con nuestra vida en cuestión de salud, pero quizás debamos pensarlo dos veces. Existen enfermedades como el poder, la discriminación y el egoísmo que, más que causar daños corporales, han provocado daños colaterales, llámense guerras, corrupción, jugar con sentimientos ajenos, entre otros efectos secundarios que han desatado quienes poseen dichas enfermedades, lamentablemente muy sencillas de propagar, contagiar y dejarse contagiar por ellas. Así mismo, existen otro tipo de enfermedades que parecen menos dañinas al contraerlas y que, sin embargo, producen la misma cantidad de daño sólo que en distinto formato, llámense celos, reacciones violentas, indiferencia ante un ser querido, ser humano o ser viviente, etcétera.

Pero la peor de todas las enfermedades que pueden existir; la más común por excelencia y que tiende a ser pasada por alto, es aquella que poseen quienes aceptan y justifican a quienes poseen cualquiera de las enfermedades anteriores: la ignorancia. Cabe aclarar que el ignorante no es aquel que no se encuentra “educado”, sino aquel que, a la realidad que se ve y se palpa, decide darle la espalda para así poder seguir avanzando junto con toda la manada.

He aquí el por qué se eligen representantes indignos para cargos oficiales; he aquí el por qué creemos todo lo que nos dicen. He aquí por qué tanto odio, consumismo y devoción a lo inútil e insignificante; he aquí el por qué dejamos que nos lastimen. He aquí el por qué sigue existiendo gente que camina por las calles como si nada estuviera pasando a su alrededor; como si el tiempo y la vida fueran eternos y manipulables. Ojalá las únicas enfermedades que existiesen fuesen las física y genéticamente transferibles; esas que, con un buen tratamiento, pueden eventualmente desaparecer. Sin embargo, no fue tanta nuestra suerte, pues la gran mayoría de los humanos estamos enfermos… Y seguimos sin ser conscientes de ello.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.