PARA MIRONES DE ALTURA

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En San Petersburgo hay un tour para conocer la ciudad desde sus techos

La aguja dorada del templo de San Pedro y San Pablo es la que marca el horizonte de San Petersburgo. El zar Pedro el Grande ordenó que ningún edificio podía opacar sus 122.5 metros de altura para no arruinar el trazo armónico de la ciudad rusa. Desde tierra es imposible admirar ese mandato. Por eso, una touroperadora decidió convertir los tejados de algunos edificios en miradores, para que los viajeros lo corroboren con sus propios ojos.

De tejado en tejado

Los guías se hacen llamar ‘roofers’. Ellos poseen el manojo de llaves que abren las cerraduras de cada patio-pozo que se visita. Estas construcciones se conforman por cuatro edificios de una misma altura que, unidos, forman un cubo dejando al centro un gran patio colectivo que es ocupado como estacionamiento.
El primer patio-pozo está en la calle Gorójovaya, en pleno centro de San Petersburgo. Después de subir las escaleras que conducen a una de las cuatro azoteas, se llega a una antigua torre que sirvió como cuartel para observar aviones enemigos en la Segunda Guerra Mundial.
Desde aquí se contempla toda la fachada del museo Hermitage y cada una de sus esculturas que la decoran.

HERMITAGE museo

La vista también abarca la enorme cúpula dorada en forma de bulbo de la Catedral de San Isaac, hasta la torre del Almirantazgo, la antigua sede de la escuela de almirantes imperiales rusos.


PanoramicRoof, la empresa que realiza este paseo, en convenio con los habitantes de los edificios a visitar, instaló barandales y plataformas de metal que separan, apenas unos centímetros, los pasos de los turistas sobre los techos, con el fin de no molestar a los inquilinos, evitar caídas y para ir de un tejado a otro, sin tener que bajar y subir escaleras.

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Sobre la ‘Venecia del norte’

El mediodía sorprende a los viajeros desde otro tejado con vista a uno de los 80 canales que serpentean por la ciudad de San Petersburgo, apodada la ‘Venecia del norte’. Hay que sentarse muy cerca de la cornisa para escuchar el cañonazo de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, la plaza principal. Esta tradición existe desde el siglo XVIII. El estruendo indicaba a aquellos que no tenían reloj, que ya había transcurrido la mitad del día.
De mayo a julio, el recorrido por los techos se vuelve inolvidable, gracias a las ‘noches blancas’: un fenómeno natural en el que el sol no se oculta e ilumina el cielo durante un prolongado atardecer hasta el siguiente día. También se disfruta del Festival de las Velas Escarlatas, cuando los estudiantes de secundaria celebran su graduación navegando por el río Nevá.

festival de las velas escarlata

Sonia Valdés

Periodista de Vanguardia desde 1989. Editora de Omnia, Hogar y suplementos como PERIODIQUITO y CAMPUS Enlace Universitario. Maestra de inglés a nivel secundaria y una gran entusiasta de promover los valores y la importancia de practicar un deporte. Con un especial cariño por el beisbol.