PADRE JUAN ANTONIO RUIZ: SAN AGUSTÍN, EL SEXO Y EL VIERNES SANTO

Dentro de los muchos argumentos que normalmente se le recriminan a la Iglesia, el tema del sexo ocupa uno de los lugares principales. Retrógrados, oscurantistas y demás calificativos son los que suelen atribuírsele a quienes predican una vida sexual de acuerdo con lo que la Iglesia propone. Y es que, en pleno siglo XXI, los parámetros que la sociedad impone no podrían ir más en contra…

Siempre he buscado el modo de ayudar a valorar cómo la Iglesia no reprime, sino que busca elevar el sentido de la sexualidad a un plano superior. Que desea darle toda la belleza que conlleva que dos seres humanos se hagan una sola carne, compartiendo así el poder creador de Dios mismo, donando incluso una nueva vida. Que, en reflexiones de Juan Pablo II, el acto sexual entre los esposos es uno de los mejores reflejos de la vida interna de la Trinidad. En fin, pensamientos que, si se meditan y profundizan, podrán dar la seriedad y el peso necesario a lo bello que es el sexo… y no la caricatura triste perpetrada en las series actuales.

Hace unos días, leía a uno de mis autores preferidos: San Agustín. De repente, me encontré con este párrafo que, permítanme el atrevimiento, les copio en su totalidad, pues vale la pena: «¡Suba nuestro Esposo al leño de su tálamo! ¡Duerma, muriendo, y se abra su costado, para que salga la Iglesia virgen, para que, como Eva fue creada del costado de Adán durmiente, así sea formada la Iglesia del costado de Cristo pendiente de la cruz!» (De Fide et Symbolo IX 21-X 21).

San Agustín es muy osado cuando compara la cruz al lecho nupcial. Pero, justamente por eso, nos deja una profunda y bella genialidad. Cuando San Pablo, en su carta a los Efesios, dice «dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne. Gran misterio es este, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia» (5, 31-32), se está refiriendo justamente a esto de Agustín. El sexo es tan sagrado, que es representación de lo que Cristo mismo nos ha dado en su acto de amor más excelso: la Cruz. Y es que, en cierta manera, ¿qué realizan los esposos si no es morir a sí mismos dando su intimidad a la otra persona? Y de este “morir”, ¿no sale un nuevo ser, tal y como del costado sangrante de Cristo sale la Iglesia? 

Por ello, el sexo no puede ser solo algo que se practica un fin de semana, porque «el eros, degradado a puro “sexo”, se convierte en mercancía, en simple “objeto” que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía» (Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 5). No, la sexualidad debe elevarse a un auténtico acto de amor manifestado en el marco del compromiso serio, del respeto a la intimidad de la otra persona, de la donación total. Cristo nos toma muy en serio al morir en la cruz; el ser humano no debería banalizar algo que representa su acto más sublime de donación a la humanidad.

La lectura de este texto de Agustín me ha ayudado a valorar dos cosas. Lo primero, que Dios ha dejado al ser humano un don bellísimo en su sexualidad. Pero también me ha permitido profundizar aún más qué celebraremos en la Semana Santa: el amor arrebatador que Dios tiene por mí: «El amor apasionado de Dios por el hombre, es a la vez un amor que perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña incluso en la muerte» (Benedicto XVI, Deus Caritas Est, n. 10).

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.