OMNIPOTENCIA HUMANA

¿Qué pasa en este mundo?, esa es la pregunta que Juan Antonio Ruiz se hizo.

El otro día prendí el televisor para ver las noticias. Media hora en la que me tragué asesinatos, robos, anhelos políticos, gente sufriendo inmerecidamente y, sólo al final,
llegó el fútbol para adormecer un poco tanto dolor: pero resultó peor ya que mi equipo hizo el ridículo esa semana.

Ante tanto sufrimiento viene la pregunta clásica: ¿por qué? ¿Qué pasa en este mundo? La mirada, tras pasearse aquí abajo entre tanta agonía, se levanta al cielo y pide explicaciones al Creador. Ya lo decía José Luis Perales en su canción Dime: «¿Por qué la gente no sonríe? ¿Por qué los niños maltratados? ¿Por qué las bombas radioactivas?». Esa respuesta que Perales exige y ruega a Dios es un misterio que, aunque difícil de entender, debemos aceptar. Además de las obras que podamos llevar a cabo, una de las actitudes que nos corresponde, como humanos débiles, se lleva a cabo de rodillas. Pedir, suplicar, en una palabra, orar.

Y nos entra una pregunta: ¿de qué sirve mi oración? ¿Puedo yo aportar con una sencilla oración algo a tanto sufrimiento? Me viene a la mente un texto de Santo Tomás de Aquino que quisiera compartirte: «en un primer sentido, [Cristo] pide por nosotros según lo que dice San Juan (17, 20): “No pido por éstos, sino por todos los que creerán en mí por su palabra”. Pues bien, actualmente su intercesión por nosotros es su voluntad de salvación: “Quiero que también estén conmigo los que tú me has dado” (Jn 17, 24). En un segundo sentido, intercede por nosotros presentando al Padre la humanidad asumida por Él a favor nuestro y los misterios que se celebran en ella» (Santo Tomás de Aquino, Comentario a la Carta a los Romanos, c. 8, lect. 7).

Sí: tenemos a Alguien que intercede por nosotros y está de nuestra parte. En cierta medida, nuestra oración no es nuestra, sino que, al unirla a Cristo, es Suya. Y ahí radica nuestra fuerza. No somos nosotros quienes hacemos algo, sino que nosotros, unidos a
Cristo, Hombre-Dios, somos “omnipotentes”, si se me permite esta expresión.

Y es que en verdad la oración hace que los sueños se conviertan en realidad cuando de verdad se cree en ella. ¿La fe mueve montañas, no? En cierta manera sí, aunque más bien las conquista. ¡Cuántas montañas no han sido conquistadas a lo largo de la historia con las rodillas en el suelo!

Y vivir así, con la certeza de que Alguien todopoderoso, y que es un ser humano como yo, me ayuda y escucha, no tiene precio. Cambia totalmente la perspectiva de nuestro vivir. Así, no se lucha contra un mal enorme como si fuera un tanque de guerra y nosotros sólo nos defendiéramos con unos simples palillos, los de nuestras pobres fuerzas humanas… y esto se da gracias a la intercesión de Cristo, mi Hermano, mi Señor, mi Todo.

Pues bien, hoy, con el tintero de mi corazón, pido a Dios que todo esto penetre hondamente en tu vida. La oración debe hacerte sentir poseedor de algo que te hace
casi omnipotente, si lo haces con verdadera constancia, confianza y sencillez. Como una varita mágica, pero mucho más real. Ojalá hoy eleves la mirada a ese Dios que te ama, no para pedirle explicaciones, sino fuerza y constancia en este maratón que es la vida humana.

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.