YA ME GUSTÓ NO PONERLE TÍTULO A LOS TÍTULOS

YA ME GUSTÓ NO PONERLE TÍTULO A LOS TÍTULOS

Ni subtitulo a los subtítulos. A veces no son necesarios. Pase usted, amable dama o caballero, a leer el texto

Cada vez me parece más difícil escribir. Es cierto: uno piensa que escribe y lee hasta que alguien o algo le enseña a escribir y, sobre todo, a leer “como debe de ser”. Realmente no existe algún tipo de regla o estándar que mida cómo hacerlo correctamente, pero con el tiempo se desarrolla una habilidad sin nombre, un gustillo ligeramente más refinado que antes. Es justo aquí cuando cualquier cosa deja de ser suficiente.

¿Qué decir que no se haya dicho antes? Esa es la cuestión. Y no, no me refiero a la temática en específico. Los temas siempre han sido los mismos, solo que se han vuelto más distantes o distintos.

Me refiero a estar aquí sentada a las 7:00 de la mañana frente a la computadora, con un vaso de agua de jamaica y el amanecer reflejado en la ventana de atrás y que todo eso confluya de alguna manera para que pueda escribirles algo digno de leer. No creo que los grandes temas se encuentren allá, donde el ojo humano pierde toda su capacidad, sino aquí cerquita, en tierra, en momentos como el de ahora. Sin embargo, nada de esto resuelve la pregunta que motiva este amago de letras.

Pensándolo de nuevo, tal vez no sea necesariamente encontrar un tema o una motivación, sino cómo decirlo. El arte de hablar es tan bello y se encuentra actualmente tan prostituido. Por supuesto que soy partidaria de la libre expresión y la opinión personal de cada uno, pero se vuelve peligroso cuando carece de respeto, y me parece que justo eso se está viviendo actualmente en el mundo. Las formas son tan impor-tan-tes, querido lector, y esas mismas formas mal empleadas son el motivo de estar aquí, sentada aún en esta silla, pensando, redactando, borrando e intentando hacerle ver que escribir no es cualquier cosa. Si las palabras en sí pueden llegar a ser una espada de doble filo, imagínese cuando quedan por escrito, en la eternidad del papel o del aparato desde donde lee la última parte de este párrafo. ¿Se da cuenta? Puedo estirar su lectura hasta donde yo quiera. ¡Mire! ¡Me sigue leyendo! Y puedo seguir escribiendo ya cualquier cosa y su mirada sigue fija en cada letra y espacio. Eso es lo peligroso: que yo lo hago para abrirle los ojos, tratando de crear una reflexión que nos sirva a usted y a mí de algo, pero hay quienes lo hacen con otros propósitos.

Ahora mismo son las 8:28 de la mañana: una hora y media ha pasado en el tiempo, pero yo sólo he avanzado 11 renglones. Mi hora y media equivale a 11 renglones. Así de relativo lo es todo. Usted está leyendo el avance de 90 minutos de trabajo y probablemente no tardará más de cinco minutos en terminarlo. Esta, por ejemplo, es un intento de decir algo de otra forma. Un concepto nuevo. Ya usted me dirá en su momento si lo he o no lo he conseguido.

Tal vez simplemente me estoy montando todo esto. Usted sabe que lo que se escribe en este espacio de 3500 caracteres no es ninguna verdad absoluta ni se acerca a serlo. Aquí no está hablando el Premio Nobel, sino la misma columnista de hace casi 3 años. Y sin querer, tanto usted como yo hemos llegado al final de este texto. En el reloj las 9:02.

Dos horas con dos minutos: otra forma de medir cinco párrafos que, contrario al tiempo, no se van pa’ ningún lado.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.