Me voy conmigo

¿Con quién te quedas? ¿Con los estereotipos sociales? ¿Con la conveniencia y la falta de criterio?

No puede ser que estemos aquí para no poder ser”, escribió el genio literario, comúnmente conocido como Julio Cortázar, en su libro “Rayuela”. Aunque la frase hacía referencia al “ser” como pareja, también podemos verla y pensarla desde una perspectiva más profunda y complicada, como acostumbramos los seres humanos a que sean todas las cosas: el ser uno mismo. Nos echan al mundo, creados a partir de dos células que, de haber tenido carga genética distinta, otras personas seríamos las que nos encontramos aquí hoy en día. Todo lo que ha sucedido, incluso antes de que comenzara a suceder; incluso antes de que alguien lo pensara o tuviese una ligera y mínima noción del sentido de la vida, estaba ya minuciosamente planeado, pues ¿cuál era la posibilidad de que todo ocurriera tan perfectamente para que, entre tantas combinaciones, historias, encuentros y finales posibles, existieras tú? Es por eso que no es posible, señores.

No es posible que estemos en este mundo para no poder ser quienes realmente somos. Pero, como siempre, viene la interrogante, esa que muchas veces no sabemos responder: ¿Por qué no nos atrevemos a ser? Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. Una de mis personas favoritas en el mundo entero (sí, Stefy, me refiero a ti) tiene la firme creencia que somos “polvo de estrellas”. Y ¿cómo no serlo? Basta sólo con captar el brillo de tus ojos, ese que ilumina momentáneamente toda la habitación, para caer en la certeza de ello. Fragmentos de luz, instantes que suplican eternidad; caos personal que turba la mente y las ideas. Somos tanto, que no concibo en qué momento nos perdemos.

Nos echan al mundo precisamente para “ser” y sólo pocos lo logran, pues los demás se sumergen en todo, excepto en ellos. Tendemos a darnos y entregar cada minúscula y mayúscula parte de nuestra esencia en nuestro día a día a todo y a todos en general, que olvidamos darle tiempo a la persona que más importancia tiene sobre la superficie de la Tierra: tú. Efectivamente, vivimos en un sistema y estamos sometidos a un control ajeno. Es por eso que, debido al poco tiempo que nos damos con nuestra soledad, comenzamos a imitar, pensando que sólo así, siendo como alguien más, es como se alcanzan las metas en la vida. El “yo” social, pretencioso, ficticio y voluntariamente ciego se perfila, la mayoría del tiempo, como ganador de la batalla, suprimiendo a quien realmente se esconde bajo tantas capas de indiferencia; suprimiendo a quien tú y yo sabemos que eres en realidad.

Es terrible, para uno como tercero, ver cómo alguien a quien tanto se le amó en la vida tenga que caer en las garras de la soberbia, pensando que así triunfará en la vida. Podrás engañarlos a todos, tú que me lees; pero recuerda: el espejo nunca miente. Amado lector: si te dieran a elegir, ¿con quién te quedas? ¿Con los estereotipos sociales? ¿Con la conveniencia y la falta de criterio? ¿Con la venda que tienes en los ojos? ¿Con quienes quieren todo de ti excepto a ti? ¿O (siempre dejándonos de última opción) contigo? Habrá siempre quien no te acepte; pero, si te sabes fiel a ti mismo, siempre serás mayoría. Deja que se vayan quienes han modificado el maravilloso ser que, dentro de ti, se encuentra escondido. Si uno atrae lo que vibra y recibe lo que da, que no te sorprendan las circunstancias del futuro, pues las llamaste a pulso. Vete de aquello y aquellos que te priven de ti, pues, como dice uno de mis escritos: “Basta de teatros que me voy, me voy con alguien más. Me voy, amor de mis amores, con alguien que jamás me dejará… Me voy conmigo.”

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.