MADRUGADA DE NOVIEMBRE

04:36 a.m.

Me desperté. Últimamente el sueño y mis ganas de dormir no tienen ánimos de conciliarse. Acá es tarde. El sudor y el viento húmedo no se pondrán de mi lado. Pienso que en España ahora es también tarde, aunque más temprano que tarde, y que faltan algunos meses para que caiga nieve.

¿Habrás visto nevar? Yo recuerdo mi primera vez, sentada en casa de mis tíos Erika y Enrique, hace diez años, aproximadamente. No era la primera vez que la veía, hay fotos que lo demuestran; sin embargo, sí era la primera vez que la veía sabiendo que lo podría recordar. Pensé que iba a ser suave y esponjosa, con sabor a nube, pero resultó derretirse apenas me acercaba. Desprendía un olor a lodo y humedad, justo como la que entra ahora por la ventana. Preferí quedarme dentro y ver nevar.

A veces quisiera arrancar estas líneas y ver la imagen un poco más nítida, un poco más cercana de la que proyecta mi memoria. Del otro lado de las letras hay algo o alguien que le da sentido a esta simple madrugada, noviembre y primavera, y sólo quisiera poder estar, justo ahí, detrás de lo que escribo y repito en mi mente. Si se pudiera recrear sensorialmente lo vivido, creo que nunca saldríamos del pasado. La palabra escrita puede acercar y casi revivir cualquier experiencia. Por eso es tan adictiva… Y peligrosa. Por allá, en el borroso de mi pensamiento, una figura. Podría ser cualquiera. Un tú cualquiera que construyen mi memoria y mis palabras. ¿Qué te trae por aquí? ¿Qué momentos son los que recuerdas? Tengo tiempo para escuchar. Siempre he pensado que todos recordamos las mismas cosas, sólo que en diferentes escenarios y en diferentes personas. Todos recordamos ver nevar, independientemente de la circunstancia. Tenemos experiencias compartidas que no pueden separarnos, no pueden hacernos ser tan difíciles y distintos. Y no lo sabemos. Ojalá fuéramos conscientes de ello: tú, yo, yo ayer, yo mañana… Y no olvidarlo nunca.

Aunque parece que estás aquí, aunque parece que eres el único leyendo, hay otros cuantos lectores tratando de encontrarle una forma o razón a estos párrafos. No la hay, se los digo ya mismo, aunque les agradezco que sigan dándose el espacio para continuar el texto. En cualquier caso, este pensamiento alargado no es de nadie, ni siquiera mío. La certeza de las cosas contribuye a la paz del espíritu y prefiero decirlo así, sin reparos, para empezar a creérmelo. Hay una ligera sonrisa de lado en tu rostro, entrecerrando los ojos. Escribir es observar y yo te observo; eres parte de la continuidad y la forma de este intento de personificación. Escribir es escuchar, sé también que puedes escuchar mi voz al leerlo; y si prestas un mínimo más de atención, puedes observarme tan claramente como si estuviera al frente tuyo. Al final, esto que escribo no es más que cómo me siento cuando pienso que alguien me está observando. Qué fácil me resulta acompañarme de alguien que no existe cada que quiero decir algo, como tú, a quien le he dicho tan poco.

En fin, para nuestro beneficio, siempre podremos escribirnos, aunque sea sólo un rato. Aunque sea sólo en las madrugadas de un noviembre sin frío.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.