Macarons

No se prive usted de este postre, acaso el postre perfecto. Dos galletas. Un relleno cremoso. La perfección en el paladar.

Siempre he llegado tarde al banquete de la gastronomía. Lo confieso. Tan tarde, que cuando llego, por lo general mis “descubrimientos” ya son letra muerta. Es el caso de lo que hoy escribo. Conocí este delicado y espectacular postre de la mano del chef, el académico Emiliano Pimentel –usted lo sabe, discípulo del mejor cocinero del mundo, Ferrán Adrià– cuando estaba abierto al público el restaurante “Montero” en el Centro de Saltillo.

No recuerdo el año, pero un día y con motivos de las fiestas decembrinas, término de un ciclo, un 31 de diciembre, me marcó y dijo que fuese un rato para abrazarnos y brindar por el año que al día siguiente, iniciaba. Renuente a salir a la calle en fechas tan altas para mí, acepté como a las siete de la tarde ir al “Montero.” Aquello estaba engalanado con un menú de antología, para agasajar a los comensales que tenían reservado todo el lugar.

El chef Emiliano Pimentel ordenaba al staff la disposición perfecta de los platillos, daba el último toque de pimienta y sal a aquellos manjares y sí, brindamos con una copa de vino blanco. Nos abrazamos y al final, me regaló un plato para llevar. Palabras más, palabras menos, dijo algo así: “Es un postre que aquí poco se conoce brother, haber que te parece. Aquí hoy lo vamos a servir…

” Me llevé mi vianda y milimétricamente puesto, venía un “macaron” (del francés “macaron” y del italiano “maccherone”) en su interior. Es decir, es un dulce, un postre que son dos galletas merengadas de colores fantásticos, hechas de clara de huevo, almendras y azúcar glas, a las cuales las une un relleno que aporta tal toque de cremosidad y humedad, que aquello es una explosión de sabor en la boca. Un manjar. Ha sido tal su fama, repercusión y placer a los sentidos (visualmente tal vez sean el postre perfecto) en todo el mundo, que hay confiterías, panaderías, tiendas de dos pisos (como si fuese una joyería, vaya) que únicamente venden “macarons.” No más.

En la ciudad de México y en la zona de Polanco, al menos he ido a tres tiendas especializadas en este postre. En Monterrey, sólo conozco un lugar especializado, es en la Calzada del Valle, en San Pedro, se llama “Theurel & Thomas.” Usted llega, jamás quiere salir de dicha confitería. Este postre es atávico, un vicio; me recuerda aquel legendario y novelesco pay de limón (pie de limón, le dicen los gringos) y los bocadillos que “por sí solos constituían una cena completa”, esos que aparecen deletreados en “El Gran Gatsby” de mi admirado Francis Scott Fiztgerald. Novela donde ríos de champaña corren a la par del viento y del ron aterciopelado, del color de la piel de mujeres hermosas.

Pero, todo tiene un pero en esta vida, qué le vamos hacer. Si usted padece ese mal del siglo XX y XXI en México, pues hay que cuidarse. Es la temible diabetes y obesidad. México es el país de Latinoamérica con mayor número de muertes por diabetes. 33% de los niños y más del 70% de los adultos sufre sobrepeso y obesidad. Datos lacerantes, sin duda. Pero, no se prive usted de este postre, acaso el postre perfecto. Dos galletas. Un relleno cremoso. La perfección en el paladar. Ya luego, nada es igual.

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Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.