“LOS PÁJAROS NO SABEN DE DESPEDIDAS…

“LOS PÁJAROS NO SABEN DE DESPEDIDAS…

… Ni dejan prisioneros cuando se van.” –J. Sabina

Irse. Volver. Inevitablemente, este ciclo siempre se repite y cada individuo se encuentra en alguna de ambas situaciones. Al principio, el tiempo de espera pasa eterno, sean días, semanas o años. Uno no se ha ido y ya quiere volver. Con esto, pareciera que los minutos se pusieron de acuerdo para transcurrir más despacio. Todo se siente lejano y uno, abusando de la capacidad de la razón, la malgasta pensando mucho. Y de pronto, sin previo aviso, el tiempo (o ese constructo mental de dos sílabas y seis letras) sencillamente sucedió. ¿En qué momento? ¿Con qué permiso? Juro haber terminado de desempacar hace apenas un rato. Qué llevar, qué dejar, qué olvidar, qué recordar… Volver, otra vez volver. Pero, ¿volver? ¿Volver a dónde? ¿Será que realmente se vuelve? No creo, aunque aún no puedo asegurarlo por completo.

¿Qué significa realmente “volver”, fuera de las definiciones que ya se conocen? Podría decir que volver y viajar no es lo mismo; no significa agarrar un coche, un camión, un avión y esperar once horas y media hasta escuchar nuevamente algún acentito conocido. Qué sencillo sería si así fuera, pero no. Volver tampoco es acortar la Distancia –sí, con mayúscula. La Distancia no es lo que les cuentan, les recomiendo que no la tomen como algo real. En ocasiones, hay más Distancia con quien se tiene a un lado en alguna sala de espera, en la fila del banco o en la cama donde duermen los mismos dos desde hace tantos años, por no mencionar la Distancia incalculable que se crea entre la mano y la moneda del bolsillo cuando alguien se acerca en algún cruce o semáforo. Volver tampoco es cuestión de Tiempo, aunque así lo hice parecer al principio de este texto. Lo único que le respeto al concepto del Tiempo es la relatividad con la que a veces es definido; fuera de eso, mejor no decirles que el Tiempo –sí, también con mayúscula, con la misma “t” con la que empieza la palabra “timar”—es un ideal inexistente que les gusta tener por ahí, cerquita, mordiéndoles alguna de las muñecas.

Pero, de cualquier manera, enfoquémonos en quién está contestando las preguntas. Yo, una de tantas opiniones; yo, ese ser que no vuelve porque nunca se fue. Es eso: ¿Cómo voy a irme cuando llevo conmigo todos los trocitos de vida que me regalaste? ¿Cómo “volver” o “irse” si desde cualquier cielo –despejado o rojo– se ven las mismas constelaciones, la flecha que apunta al norte, la luna en cada cuarto menguante? ¿Cómo sentir distancia cuando te puedo ver entre las hojas de los árboles y los atardeceres? Entre sueños y canciones…

Antes pensaba que para volver, uno tenía que irse… Hasta que me fui. Y en ese “irme”, me di cuenta que seguía estando donde siempre, ya no en físico, sino en otras vistas. En todo lo demás. Me di cuenta que la despedida es más engañosa que eterna y que es sólo una de tantas excusas para volverse a abrazar. Me di cuenta que en “te espero” hay un “pero” y yo no tengo reglas, condiciones ni dudas. Entendí esa frase peculiar que canta Joaquín Sabina, ese pájaro andaluz, defendiendo la libertad y no la “Libertad”, vivir y no “Vivir”, volar y no “Volar”.

Hoy, después de aquella última vez. Hoy, tan cerca, como siempre. Hoy, tan libre, contigo.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.