‘Libertad de expresión’ entre otras formas de ilusión social

El patrón no cambia: cada que una persona se propone esclarecer verdades y situaciones donde se ve afectada una fracción social

Dentro del misterio de la humanidad, los seres humanos desarrollamos, en algún punto del pasado, un lenguaje y una organización social, las cuales nos proveerían un entendimiento mutuo que alcanzaría fines en pro a la comunidad. Sin embargo, ha pasado el tiempo, y ese lenguaje a través del cual nos sería posible expresar tantas ideas y pensamientos inigualables que ocurren en la realidad de cada individuo, ha sido y sigue siendo, desde no sabría decir cuánto tiempo, limitado. Y, ¿limitado por quién? Póngase cómodo, querido lector, que pretendo robarme su atención por un buen rato. La organización social que hemos creado, y que nos sorprende día con día, ha definido el modo de vida de cada uno de nosotros, otorgando espacios y haciéndonos creer que la opinión personal si vale y es “respetada”.

En los últimos años, numerosas campañas y movimientos a favor de la igualdad y la paz han demostrado una evolución en el pensamiento humano. No obstante, cuando un individuo se da cuenta de una realidad que no hace más que perjudicar a quien la vive y decide alzar esa mano y esa voz para generar un cambio, me parece irónico que aun exista quien se sienta con la autoridad de acallarlo. Y, ¿por qué la ironía? Porque la autoridad es una idea mental que uno mismo le otorga a otro; esa persona de “autoridad” no es más que otro ser humano, igual que el que pretende hacer valer su “derecho” de libre expresión.

El patrón no cambia: cada que una persona se propone esclarecer verdades y situaciones donde se ve afectada una fracción social, interviene otra persona para establecer obstáculos, los cuales tienen dos posibles nombres: culpabilidad o desprecio a la diferencia. ¿A qué le tenemos miedo para hacernos escuchar? ¿A un semejante nuestro que no tiene más control que el que cada uno le otorgue con su pensamiento? ¿A un sistema creado por nosotros mismos que, si dejamos de auto limitarnos, podemos cambiar? O ¿será que la presión social puede más, haciéndonos vivir sujetos a una imagen de sumisión que comprueba tantas ideologías que hemos aceptado y, sin embargo, nos reprimen sin saberlo? Muchos valores, mucha educación, muchos derechos, mucho respeto predicado para una sana convivencia.

¿Dónde están cuando algo no es correcto? ¿Para qué fueron creados si no se van a poner en práctica? En el momento que entendamos que todo lo que se encuentra a nivel sociedad ha sido idea de otro humano, otra persona con las mismas capacidades que usted y que yo; en el momento que decidamos abrir los ojos del estado de limitación e inconsciencia en el que nos hemos visto inmersos desde que pensamos que alguien tiene más valor o más poder que uno mismo; en el momento que realicemos que el hombre, el ser vivo “racional”, es el único ser que le pone obstáculos a un semejante para perjudicarlo, quizás por fin dejemos de lado tanto paradigma mental que no beneficia en nada a quien lo hace parte de su vida cotidiana.

No pretendo fomentar rebeliones o sublevaciones. No voy de acuerdo con que los mexicanos, hablando a nivel nacional, se levanten “al grito de guerra”, lo cual sería de total incongruencia en estos tiempos que tanto se fomenta la paz y la participación en comunidad. Sin embargo, cuando veamos algo que no cuadra, no dudemos en ser el factor de cambio, pues a quien te enfrentas es, básicamente, a ti mismo, hablando en cuestión de humanidad, igualdad y cientos de significados que, se supone, nos acercan y unen. Quién sabe, quizás así podamos, por fin, afirmar la existencia de la mítica, subvalorada libertad; quizás siempre ha tenido otro nombre: voluntad.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.