LA OMNIPOTENCIA DE LA SONRISA

COLUMNAS

Unas parejas preguntaron una vez a la Madre Teresa qué les aconsejaba ahora que estaban por comenzar su vida matrimonial.  Ella les contestó con sencillez: «Sonríanse unos a otros».

¡Cuánta sabiduría en tan sencilla frase! Y efectivamente así es. ¡Cuánto puede hacer una sonrisa! Se puede llegar tan lejos. Recuerdo ahora la canción de Ana Torroja: «Tengo una sonrisa para regalarte, tengo mil cartas de amor y tengo todo el tiempo que perdí sin ver el sol».

No sé si lo has experimentado alguna vez. Piensa un momento en tu día cotidiano y nota cuántas situaciones se te presentan para regalar sonrisas: cuando te dan el paso, cuando te dan los buenos días, cuando compras algo en una tienda, incluso cuando alguien te ofende; todo momento es una situación que se ofrece para sonreír, pues esa es la gran respuesta que podemos dar. 

Y hay que prodigar esta sonrisa a todos: al que vende periódico en las calles, al niño que grita después de meter un gol, a mi esposo o a mi esposa, a mis padres y a mis hijos, incluso al que me responde con un insulto. No cabe duda que esa sonrisa es muchas veces el mejor don que puede brindarse. 

Vivimos en una sociedad que cada vez se polariza más. El ambiente social aquí en México y en el mundo en general está obstinado en dividirnos entre nosotros: hombres contra mujeres, ricos contra pobres, y un largo etcétera. Y los que se encuentran en los dos extremos se aferran a sus propios criterios y en vez de buscar cómo acercarnos, usamos medios casi siempre violentos: unos como respuesta a injusticias y otros encerrándose en su posible estado cómodo. 

Hace poco alguien me comentaba algo que viene muy al caso. Me escribía que «parece que hoy nosotros dormimos en nuestros magníficos dormitorios sin recordar que, puerta por medio, hay un hermano que está en la calle y duerme, come y defeca en la calle; hay niños a los que no ayudamos y nos molesta verlos, pero nadie abre las puertas para ofrecerles un abrigo, un pedazo de pan o, lo mejor de todo, una caricia». 

Efectivamente así es. Como esta persona, muchas veces nos hemos preguntado qué podemos hacer para mejorar nuestro mundo. ¿Y si hiciéramos algo real y verdaderamente revolucionario? A mí se me ocurre que podemos empezar regalando sonrisas por doquier, acariciando el alma del que está a nuestro lado. Hoy más que nunca hay que lanzar el apostolado de la sonrisa. Así podemos refutar aquel famoso reproche que Nietzsche refería diciendo que los cristianos no tienen cara de resucitados. 

Sonríe. Grita al mundo entero tu alegría, esa alegría de ser amigo de Dios. Prodígala por todos lados y a todas las personas. Así podemos comenzar a cambiar este mundo, corazón a corazón, y que parece cada vez más triste y que anhela enormemente ser feliz. Sonríe, sonríe sin cesar.

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.