LA MUSA DE GOETHE 1/2

Jesús Cedillo

La vida aprieta en la ventana. De hecho, sigue estando prohibido salir. Para desgracia de todos, hoy la vida transcurre observándola desde nuestra residencia.

El maldito bicho no cede y sí muerde con saña desbocada. Lo bueno de todo esto es que, usted y yo, estamos vivos. Al parecer, es gran, gran ganancia al día de hoy en estos tiempos de pandemia y mortandad. Por lo cual, hay que celebrar ruidosamente que… estamos vivos. Así de sencillo, señor lector. Brinde usted por sí mismo. Invite a otros a brindar por un solo motivo: la fraternidad de estar vivos. ¿Necesitamos otro pretexto mejor a éste? Seguro que no lo hay. Nunca lo habrá. 

Por estos días de Dios en que los humanos caemos muertos como moscas debido a la virulencia del COVID-19, es necesario proceder a destapar una botella para brindar por la vida. Yo en lo personal y hace poco, en fin de semana, destapé una botella de mi antojo y  debilidad: el embeleso que me produce un red wine, y usted lo sabe, mi preferido es el italiano Chianti. En este caso, una botella Chianti Classico, añada 2014.

Invité a una musa a mi residencia para descorchar semejante capricho y, a la par, dispuse una tabla de quesos, jamón serrano, aceitunas y pan artesanal para dar cuenta de la botella. ¿Qué festejé? Pues la vida. Estamos vivos. Ya lo dijo en alguna ocasión ese poeta maldito al cual todos hemos leído alguna vez en nuestra vida: Charles Baudelaire (1821-1867), quien habitó el París del Moulin Rouge y de la fraternidad cotidiana de las tertulias y la bohemia que plasmó en sus versos entre la desmesura, la amargura y el escándalo. Dice uno de ellos de sobra conocido: “Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. / Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud…” deletrea con poder el poeta francés. 

Ante la pandemia, mostrarle nuestra cara. Hay que embriagarse, señor lector. Tal vez por esto y no otra cosa, en La Habana, solía embriagarse diario un escritor y periodista que no tenía marca, botella o brebaje aborrecido, papá Ernest Hemingway. Convirtió un bar mezquino y sin futuro, “La bodeguita del medio” fundado en 1942, en una catedral de borracheras  a la cual hay que ir en peregrinaje para sambutirse los famosos mojitos, los cuales el periodista bajaba por decenas. Otros clientes ilustres de semejante bar tropical fueron Salvador Allende y claro, cómo no, otro Nobel, Pablo Neruda. 

Y por cierto, usted lo sabe, todo tiene que ver con todo: hay un vino Premium, caro de a madre. Una joya. Mejor que cualquier alhaja o auto, es el vino francés, como Baudelaire, :el Château Margaux, región (Burdeos) donde se ha producido vino desde el siglo XVI. Y por esto y no otra cosa, la actriz Margaux Hemingway, debe su nombre en honor al vino tinto supremo que cualquier sibarita (como papá Ernest) debe de probar alguna vez en su vida. Un buen vino se convierte en musa. Voltaire realizaba panegíricos y glosaba la calidad del vino de Borgoña al cual deletreaba como “el divino jugo de septiembre”. Este filósofo acumulaba los de Volnay de manera celosa y eran motivo de su inspiración y buenas letras. Cuentan las crónicas que el gran Alejandro Dumas escribía “El Conde Montecristo” a la par de escanciar en su mano una copa de Montrachet, su preferido. 

Ya me acabé el espacio, pero Johann W. Goethe en su inconmensurable “Fausto”, como buen alemán, realiza un panegírico de su musa, de su vino tutelar: los vinos del Rin. Mefistófeles manda traer toneles de buen vino a una taberna donde enseña al Doctor Fausto que la vida no se teoriza, sino que se paladea y disfruta. Próxima entrega entramos de lleno a ello.   

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.