LA MALA COCINA GRINGA

CEDILLO

Los mitos son difíciles o casi imposibles de erradicar. Mitos, leyendas urbanas y fantasías de todo tipo. Entre la calumnia y la mentira, así se construyen reputaciones alanas reputaciones. Para bien y para mal en el mismo boleto. No por algo en su República ideal, el célebre Platón tenía dos profesiones desterradas y aborrecidas, las cuales no tenían cabida en dicho paraíso terrenal: los poetas y los cocineros. Tal es la mala fama que arrastramos los primeros, como los segundos. En fin, a Platón nadie le daba gusto.

Y si de malos cocineros se habla los cuales desbordan sus platos, comida y alimentación, sin duda, la cocina gringa es un ejemplo de eso: una cocina limitada, estancada en la ligereza y rapidez. Sin hablar de su pésimo o poco sazón y menos de su escasa imaginación. Como siempre, no podemos generalizar hoy en día por ello. Pero, para el genio de Georges Simenon, lo hemos visto en una saga de textos anteriores a éste, la cocina francesa, donde se desenvuelven y desarrollan las tramas detectivescas de Jules Maigret, la mejor cocina donde se regodea el inspector es ésta.

De los pocos textos donde no aparece el célebre detective, hay una novela ambientada en Nueva York, en Manhattan. Es una novela de un par de amorosos los cuales unen su soledad. Él, francés; ella, norteamericana. A diferencia de Jules Maigret que es un gourmet consumado, este texto se desarrolla y camina entre bares de poca monta, tabernas olorosas a orines y alimentos deslavados. A continuación algunos ejemplos de esta mala y pésima cocina gringa:

“Estás paliducho, muchacho. Vente a comer un hamburger conmigo…”

“Y en la mesa, junto a un libro abierto, esos restos de comida fría. De una triste comida de un hombre sólo.”

“Se bebieron un whisky tibio y pálido.”

“Otra tabernita… ¡Daba igual! Dijo que sí y enseguida se arrepintieron… la sala era demasiado amplia, amarillenta, la barra estaba sucia, las copas presentaban un aspecto equívoco.”

“Ella seguía comiendo. Había pedido un horrible pastel cubierto de crema lívida y cogía trozos minúsculos con la punta de  la cucharilla, en el momento en que el pensaba que había acabado, volvió a llamar al negro para pedirle un café, y como se lo habían servido ardiendo, aún había que esperar.”

“(En) Nueva York… (En su) brutal y tranquila dejadez. Pidió cualquier cosa, salchichas calientes.”

“… por lo general, cuando tengo hambre, bajo al drugstore. He encontrado té y café en una lata. Como eres francés, he preparado café por si acaso. Voy a bajar a comprar pan y mantequilla –anunció él.”

“Se le van a enfriar los huevos –dijo él malhumorado.

Ella comenzó a comerse los huevos, despacio, con gestos exasperantes…”

No es lo mismo comer un buen pedazo de ternera marinado a las finas hierbas en París, que comer una “burger” en Nueva York. No es lo mismo comer “un pastel de ciruelas, jugoso, perfumado con canela…” en París, Francia, a comer unas “Salchichas calientes” a las afueras de un “subway” en Nueva York… Fin.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.