La imaginación del lenguaje y la gastronomía

Este idioma es bello y sabe contar y cantar. Lástima, insisto, que está en vías de extinción

El lenguaje es vivo, no una entidad muerta. El leguaje sabe contar y cantar. Aunque en este siglo de prohibiciones, no de libertades, todo se acota, todo se somete a camisas de fuerza, todo está dentro de corsés y leyes absurdas. Se prohíbe la sal en los restaurantes en Coahuila, se prohíbe divertirse después de las 12 de la noche, se prohíbe… vivir. A los nativos y habitantes de estas tierras se nos consideran menores de edad, por eso hay tantas leyes y no libertades. Y con eso de la llamada “equidad de género”, la ley marca a la letra que usted como varón, ya no puede piropear a las ladys de buen ver, so pena de ser multado y arrestado por ello. Creo que usted ya lo sabía. Al guardarse en su lengua un albañil un buen piropo ante la lady de minifalda de infarto y estiletes de verticalidad imposible, la cual pasa oronda y feliz por la calle, como si el mundo no la mereciese, se pierde el lenguaje, se pierde la imaginación y nos emparienta con los animales. Así de sencillo.

Por eso el trovador y deslenguado Joaquín Sabina cantaba aquella tonada de que la pobre y triste Cristina (¿Onassis, presa en su jaula de oro?), se moría porque la piropeara un albañil. Por eso es importante el lenguaje señor lector: es un ente vivo, no muerto. Y como en esta columna dominical nos gusta a usted a mí la gastronomía y las bebidas en todas sus variantes, enfocamos el texto de hoy por el lado bello de esto: el lenguaje, el bautizo de alimentos y potajes. En un mundo electrónico, high tech, de pantallas planas y celulares “inteligentes” que habitan los jóvenes (y miles no tan jóvenes), cuando usted va a la bella y monstruosa ciudad de México, a Guadalajara, a Puebla, a San Luis Potosí, ¿qué se imagina que son las siguientes comidas, bebidas; que tipo de composición tienen en su estructura; son dulces o salados; se comen fríos o calientes…? Hay le van: pan de acero, aleluyas, cafiroletas, bienmesabes, frailes, monjas, suspiros, mamones, torrejas… escuche usted lo siguiente, lo cual primero entra por el oído como un poema y luego se materializa, zoconoxtles rellenos de coco; cubiletes, huevos reales, encoletados. Turcos, tortas cuajadas, tortas del cielo.

En Chiapas, el joven abogado Gerardo Blanco acaba de probar una bebida única: tascalate. ¡Ah, por eso nuestro México es mágico! Pero hágale entender lo anterior a los jóvenes cebados y atados a su celular y pantalla plana y claro, hágale entender lo anterior a los políticos que con sus leyes draconianas, sólo destruyen la cultura y el tejido social. Puf! Vamos por un pequeño experimento señor lector. El siguiente es un fragmento del gran Guillermo Prieto en su libro, “Memorias de mis tiempos”, con fecha de 1853. ¿Usted sabe de qué habla, probó esto, lo ha probado? Va el párrafo: “Cuando acudían visitas a las once de la mañana era forzoso obsequiarlas: si eran señoras, con vinos dulces como Málaga, Pajarete o Pedro Jiménez, sin faltar en una charolita puchas, rodeos, mostachones, soletas, etc., y sus tiritas curiosas de queso frescal. El sexo feo se las componía con ríspido catalán, llamado judío…” Caray, este idioma es bello y sabe contar y cantar. Lástima, insisto, que está en vías de extinción, debido a la ignorancia enciclopédica de nuestro jóvenes atados a memes y fruslerías en la red. ¿Qué es un tibico, una pucha, una panocha, un mamón, un plato de juiles, un turrón, un condumio de cacahuate, un tascalate, un pan de alegría, pan de elote, Salvatierra…? Sin duda, regresaré al tema.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.