La generación del ‘Para mí mismo’

Queremos comodidades, queremos ser servidos, queremos más. Pero queremos dar menos

La semana pasada entré al baño de una tienda y me percaté de una silla de ruedas a mitad del pasillo. Una puerta entre abierta, y de ella salía una señora hermosa, que apenas podía enderezarse pero caminaba encorvada. Una señora que con una sonrisa me saludó. Le ofrecí mi ayuda pero me dijo que no la necesitaba. Se tardó más de un minuto en avanzar menos de 2 metros a su silla de ruedas. En el baño para personas con capacidades diferentes, se encontraba una chava delgada, alta, que no aparentaba tener ninguna dificultad. No pude evitar echarle la mirada juzgona, pero más bien me dije a mi misma: ¿Cuantas veces he sido yo la que he tomado el lugar, sin yo necesitarlo, de alguien que lo necesita más? ¿Cuántas veces he buscado más mi propio beneficio que el del otro? Así cómo en los cajones de estacionamiento, las filas del supermercado, el paso en un alto… me puse a pensar cuantas veces he buscado sólo mi propio beneficio sin pensar en el otro.

Mucha gente podría decir que estoy mal, que “uno tiene que ver por uno”, que uno “no le está haciendo daño a nadie”, pero no estoy diciendo que uno no se quiera, no vea por sí mismo y no busque crecer. Más bien creo que el sentido de querernos va de la mano de querer que el otro crezca. Hemos dejado de respetarnos, y hemos dejado de respetar. Hemos perdido mucha sensibilidad, y hemos dejado de ser sensibles ante el otro que puede necesitar mi brazo para levantarse, cruzar la calle, subir al elevador o utilizar un baño más amplio (que además está diseñado para ellos). Estamos confundidos. Estamos creando una sociedad confundida. Una sociedad donde el joven no mira al adulto mayor, una sociedad dónde si pisoteo al otro se lo merecía, una sociedad en la que siempre necesito más para mi, y cada vez doy menos a los demás; de mi tiempo, de mi dinero, de mis talentos, de mi persona. Queremos comodidades, queremos ser servidos, queremos más.

Pero queremos dar menos, queremos servir menos… pues estamos enfocados en lo propio. ¿Qué me daña más? ¿Servirme o servir? Servirme. Porque en el momento que deje de buscar darme más, atesorarme más, ganar más en tiempo, cosas, posibilidades… resto tiempo a mi capacidad de servir, de escuchar, de mirar, de ser atento, de amar, de nutrir, de usar cada uno de los dones que Dios me ha dado para construir, para aportar, para hacer un acto de trascendencia. Un acto de trascendencia no es solamente lograr el premio nobel de la paz, es mirar al migrante que está a tu lado en el semáforo y regalarle tu refresco. Pensar en cuánta sed tiene él, y dejar de pensar en cuánta tienes tú. Cuando ponemos a ejercitar el corazón, el corazón comienza a buscar la necesidad. ¿Quieres ser un factor de cambio? Mira al otro, estate presente ante esas oportunidades que Dios te presta para que seas sus manos, sus pies, su instrumento. ¿Qué prefiero para mi? ¿Qué persona quiero convertirme? ¿Esa que se sirve o esa que sirve? Quisiera que un día mis hijos miren esa necesidad del compañero y se acerquen.

Quisiera educar unos ojos que vean la necesidad, no vean solamente las propias. Quisiera educar en mí unos ojos que no piensen primero en ellos sino en el otro. Nicholas Winton, intentó rescatar tantos niños judíos cómo le fuera posible. Trenes llenos de incertidumbre se llenaron de esperanza para cientos de pequeños. Rescató a 669 niños de la guerra, y después decidió permanecer en el anonimato. Después de cincuenta años y de que su esposa descubriera su hermosa labor, en un homenaje que le hicieron, él dijo “No era algo que sintiera que debía hacer, era algo que quería hacer.” El amor es una decisión. Recuerda que una decisión para dar, por más pequeña que parezca, es un acto de amor y de trascendencia.

Marijose César

Mamá, esposa, terapeuta y coach Internacional por la Escuela Internacional de Coaching en España y en New York University, Certificada en Superar pérdidas emocionales por The Grief Recovery Institute. Experta en Comunicación asertiva.