LA EXUBERANCIA DEL TRÓPICO Y SUS FRUTOS

 

Soy un lector tardío en todo. Soy un lector desordenado. Siempre lo he sido y caray, parece que ya no voy a cambiar en la última etapa de mi vida.

Tal vez debería de cambiar y hacer eso llamado “lecturas de precisión.” Tiros de precisión en el bosque espeso y negro de los temas y las lecturas. Pero caramba, a mi en lo particular me interesa todo en general. No puedo cambiar. Aunque queda constancia, si lo he intentado en alguna etapa de mi vida. Tal vez no con la debida firmeza y paciencia.

Lo anterior, el liminar viene a cuento porque soy un lector tardío de varios escritores de primera gala. Estetas a los cuales ya debería de haber anotado sin duda alguna y con plumón rojo en sus líneas y escribir comentarios con lápiz en sus márgenes. Es lo que ahora me ha pasado al leer los principales libros de ese genio llamado Alejo Carpentier. Hace algunos años había leído un opúsculo de él, que me había gustado harto, “Concierto barroco”, pero ahora, he dado cuenta de la mejor parte de su obra y sí, ha sido un deslumbramiento. Usted lo sabe, Alejo Carpentier  fue cubano de abolengo. Él y nadie más fue el primero que le dio sentido a la historia y a la literatura cubana. Ni se diga en la música. Ahora que he leído lo principal de su obra, fui anotando las letras donde aborda la gastronomía, la comida, los frutos de la tierra, del aire y del mar. Y caray, sus novelas y cuentos son una aplanadora de pensamiento en ese sentido. No son citas, sino el verdadero entramado no pocas veces de sus textos literarios, recae en la gastronomía, en el fulgor y pasión del trópico, en sus calores insoportables, en sus ciclones atronadores que todo se llevan a su paso, en sus lluvias torrenciales, en sus olores y sabores.

La siguiente es apenas el inicio del hilo de la madeja para saborear a Carpentier en clave gastronómica. Remito al lector a la bibliografía completa del barroco Alejo Carpentier para que lo haga suyo y lo disfrute completamente, pero lea usted, mejor dicho, saboree usted lo siguiente:

“Con dos tambores andaba Juan a lo largo del Escalda… Como la llovizna de aquel atardecer le repicaba quedo en el parche mal abrigado por el ala del sombrero, todo habría de parecerle un tanto aneblado-aneblado como lo estaba ya por el aguardiente y la cerveza del vivandero amigo…”

“Sacados de las penumbras de un sollado, aparecieron los naranjos enanos, todos encendidos de frutas, plantados en medios toneles… Ante la salida de aquellos árboles vestidos de suntuosas cáscaras  quedó la tarde transfigurada, y un olor a zumos, a pimienta, a canela, hizo que Juan, atónito, pusiera en el suelo el tambor cargado en el hombro, para sentarse a horcajadas sobre él.”

“Ahuecado el estómago por el repentino deseo de comer una olleta de panzas o roer una uña de vaca, Juan volvió a volvió a montarse en el hombro el tambor ganado a los naipes.”

Las anteriores citas son del libro de Alejo Carpentier, “El camino de Santiago.” Epopeya que se desarrolla entre el Viejo y el Nuevo Mundo, a matacaballo entre Santiago de Compostela, París, Burgos, Sevilla, San Cristóbal de la Habana… Vamos iniciando. Le dedicaremos a este tema al menos tres textos. En la página 105 del texto se lee: “… hay ya el contento de haber vuelto a encontrar. En la lenteja y el salpicón, el queso y la salmuera, sabores que se añoraban demasiado…” Sin duda.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.