LA CASA NO ENCENDIDA

Treviño caminando a través de Rosales y sus versos.

En camino al departamento. El sol se ha metido ya y las sombras cumplen su función de compañía. Sé que nadie espera en casa. Me siento como un texto, uno que dice como escribo a continuación: “Son las once de la mañana. Me encuentro solo en la cascada del
parque del Oeste.

Hace un hermoso día de sol primaveral y un aire fresco y aleteante. Alguien podría cantar, y la carne y el alma se encuentran vegetalmente en primavera; están viviendo la identidad de lo que ven. Quizá ser hombre es lo más inmediato, es lo más fácil. Como diría Jorge Guillén, el mundo está bien hecho. (¿Quién pudiera decir lo mismo de la sociedad, de las costumbres y de la baratillería de la política?).

Hay un humo de tren, ¿innecesario?, que se pierde a lo lejos; hay una viejecita de madera que duerme bajo el sol, y unas niñas que juegan como escribiéndose en el aire. Todo vive aquí naturalmente, o, quizá, todo descansa, por un instante sólo, de vivir; todo está restañándose, porque lo quiere Dios, en la alegría. Yo he salido para pensar unas palabras que debo entregar escritas hoy a las cinco de la tarde.

No las quiero pensar. Quiero decir una cosa tan sólo: que creo en la poesía, y lo diré, y lo seguiré diciendo siempre –delante de esta yerba, delante de estos niños-, sabiendo que la palabra con que lo digo es sólo una impalpable y adherente traducción de ceniza. Y sé también que lo que quede de esta hora, si es que algo queda, en la ceniza de mis palabras, será también poesía. Vivir es ver volver.

El tiempo pasa, las cosas que quisimos son caedizas, fugitivas, se van. Y esto es morir: borrarse de sí mismo, borrarse dentro de sí mismo y sentir que se nos van desvaneciendo, que se nos van secando, poco a poco, aquellas cosas que nos hacen el alma, aquellos seres que hemos amado un día y a los cuales debemos lo que somos.

Pero vivir es ver volver.  Es justo y necesario conservar las cosas como eran y los recuerdos como serán, y atar las unas y los otros, en una misma ley de permanencia, es justo y necesario saber que todo cuanto ha sido, todo cuanto ha temblado dentro de nosotros, está aún como diciéndose de nuevo en nuestra vida y en la vida.

Y en este esfuerzo humano por recuperar el tiempo vivo, por conservar en nuestra alma un equilibrio de esperanzas ya convertidas en recuerdos y de recuerdos ya convertidos en esperanzas, por mantener, como se pueda, esa memoria del vivir, ese legado que es la unidad de nuestra vida personal, la poesía, y solamente la poesía, sigue diciendo su palabra, sigue teniendo su palabra, sigue teniendo su palabra. Caminé por el zaguán de versos de Rosales hasta llegar a la puerta, la misma puerta que repite sin parar:

“Porque todo es igual y tú lo sabes; has llegado a casa y has cerrado la puerta con ese mismo gesto con que se tira un día, con que se quita la hoja atrasada al calendario cuando todo es igual y tú lo sabes. Has llegado a tu casa, y, al entrar, has sentido la extrañeza de tus pasos que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras, y encendiste la luz para volver a comprobar que todas las cosas están exactamente colocadas como estarán dentro de un año; y después, te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida, y has mirado tus libros como miran los arboles sus hojas, y te has sentido sol, sumamente solo, definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.” La casa, o por lo menos la mía, aún no está encendida.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.