
Hace un par de semanas le presenté aquí un texto donde someramente le platiqué de los alimentos un tanto exóticos que engulló el científico Charles Darwin en su periplo viajero por América. Ese texto lo titulé como “A la tabla con Darwin”. Un atento lector de esta saga dominical de gastronomía y bebidas me habló por teléfono y me comentó lo siguiente: el título es casi textual de un libro que circula en el mercado: “A la mesa con Darwin”, como subtítulo reza lo siguiente: tras las huellas de la evolución en nuestros alimentos, de la autoría de Jonathan Silvertown (Profesor de Ecología Evolutiva del Instituto de Biología Evolutiva de la Universidad de Edimburgo, en Escocia).
El libro lo publica editorial Ariel y es una verdadera aplanadora de pensamiento y erudición. Son poco más de 285 páginas de un saber enciclopédico dedicado a la evolución de eso que disfrutamos diario: los alimentos. El libro es de calidad científica, sí, pero se disfruta como una novela de aventuras por entregas merced a sus bien logrados capítulos, donde se aborda la evolución de los huevos, la leche y la harina; pero también las bebidas alcohólicas, los vegetales, la carne, el pescado…
Buen punto del señor lector. ¿Pero por qué lo recordaba yo veladamente? ¿Lo había visto en alguna de las pocas librerías en Monterrey o en Saltillo y se quedó tatuado en mi imaginario? Para fortuna mía, empecé a revolver mis anaqueles de libros y allí estaba. Aún envuelto en su papel celofán: una maravilla. Y como siempre ocurre, empecé a leer como gallo en el corral: picoteando aquí y allá en sus páginas. Siempre hago lo mismo con cualquier libro. Ya luego hay que leerlos puntillosamente y con plumón rojo a un lado y libreta lista para las anotaciones de rigor.
Y así, a vuela pluma, en su capítulo doce se deletrea el título: “Vino y cerveza. Intoxicación”. Y lo anterior me ha hecho gracia, por decir lo menos, porque tengo un buen tiempo sin disfrutar a pierna suelta mis bebidas favoritas. Es decir, por diversos detalles de salud y de trabajo, he andado medio sobrio, medio abstemio. Y cuando llego a beber… no es lo mismo. Ya no lo disfruto como antes y, pues sí, con dos o tres bebidas tengo. Fin. ¿Extraño mis borracheras de miedo y escándalo? Sí y no. No hay contradicción de por medio.
Pero lea usted los primeros renglones de la instrucción a este capítulo por su autor, Jonathan Silvertown: “La afinidad entre los humanos, el alcohol y la levadura es muy profunda. La minúscula molécula del alcohol llamada etanol, producida por la levadura a partir de las uvas y los granos, posee el enorme poder transformativo de una droga que altera el estado mental. Tiene la capacidad de elevar o deprimir el ánimo, de inspirar o nublar el razonamiento…”
Caramba, esto y no otra cosa es lo que pasa. Una botella de alcohol te lleva a inspirar la más grande obra (Malcom Lowry, por ejemplo) o te lleva al infierno de la melancolía y al suicidio (Malcom Lowry, sigue de ejemplo). En fin. Espectacular libro al cual le meteremos el diente para su reseña en este espacio.