JAMES JOYCE A LA TABLA (1)

Usted y yo lo repasamos en la columna cotidiana de VANGUARDIA en la semana y en su momento: se celebró el 16 de junio en Irlanda el famoso “Bloomsday”, el “Día de Leopold Bloom”, el protagonista de “Ulises” de James Joyce. Lectores se entregan a recorrer el periplo el cual cumplió el protagonista ese día, 16 de junio, circuito el cual se hace desde 1954. 

Pero este año y día han sido más especiales aún: se cumplieron 100 años de la publicación de “Ulises” y el país, Irlanda, lo celebró por todo lo alto desde enero y lo va a seguir haciendo todo el año. Lo vale. Le llamo la atención en lo siguiente, señor lector: es de tal importancia esta fecha en Irlanda que solo es opacada por sus celebraciones como país. Pero vea usted lo siguiente y el poder de la literatura, de la ficción: se celebra por todo lo alto cien años de una obra de ficción, con una fecha ficticia de un personaje ficticio el cual solo habita en “Ulises”, obra publicada en 1922. De este tamaño es la influencia de la buena y eterna literatura. 

Y llegamos al punto: no pocas veces, y usted lo sabe, se toman las referencias gastronómicas (comidas, frutos, carne, especias; vaya, todo) como ejemplos, como metáforas o metonimias o de plano, sencillamente, comparaciones, entre la comida o los frutos, con la vida o los personajes que nos narran los escritores. “Ulises” de James Joyce se puede leer en clave gastronómica y al leerla así es una amplia y variada veta de aromas, comidas, humores, sabores y bebidas. 

Leamos rápidamente algunos fragmentos: “Mira el mar. ¿Qué le importan a él las ofensas? Olvídate de Loyola, Kinch y baja. El sajón reclama su jamón matutino”. Y, claro, como en otro grande de la literatura, de los más grandes y altos, Marcel Proust, Joyce convierte el recuerdo de una comida, de un pan, de una magdalena, de una fruta, en algo memorioso, eterno y atávico: “Los recuerdos acosan su mente cavilosa. Su vaso lleno de agua de la cocina, cuando hubo comulgado. Una manzana rellena de azúcar negra, asándose para ella en el hogar en un oscuro atardecer de otoño. Sus uñas bien formadas enrojecidas por la sangre de los piojos aplastados en las camisas de los chicos”.

En este último párrafo aquí transcrito afloran dos situaciones, dos tensiones las cuales animan la obra de “Ulises”: la comida, la gastronomía y la escatología. La escatología, lo (llamémosle rápidamente como una forma de sujetarlo en rápido corsé) sucio, bajo; pero, al final de cuentas, humano, algo muy humano: las secreciones, los humores, los sudores, los vericuetos de las uñas, los vapores nada agradables, el aliento, el vaho retador y, claro, su majestad: los insectos. De todo tipo de bichos, color, linaje y pelaje. Arista que abordaremos en su momento en “Café Montaigne”.

Una última cita gastronómica por hoy: “La comida está lista. Bendícenos, Señor, y a estos tus dones. ¿Dónde está el azúcar? ¡Oh, chambón!, no hay leche. Esteban fue a buscar el pan, el pote de miel y la mantequilla a la alacena. Buck Mulligan, repentinamente de mal humor, se sentó. ¿Qué clase de ternera es esta? Le dije que viniera después de las ocho. Podemos tomarlo solo… hay limón en la alacena…” 

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.