¿Qué es lo más exótico que usted ha comido en su vida, señor lector? ¿Lo más raro, lo más, digamos, “diferente”?, pero vaya, ¿diferente con respecto a qué o con quién? Simplemente en México lo que se come en el bello sur, no pocas veces aquí en el norte del país causa repulsa. Igual, lo que nosotros consideramos una buena y sabrosa gastronomía aquí, a ellos, como dicen los jóvenes, “ni en cuenta”.
Los ejemplos son rápidos y a vuela pluma: el consumo en el sur de pinacates, hormigas, serpientes, gusanos; y, claro, el consumo de carne como la de venado, lo cual es todo un manjar. Pero igual, no a todos los hermanos del sur les gusta eso llamado aquí “machito” de cabrito. Y claro que usted lo sabe, como buen norteño: son las vísceras del chivo escurriendo su propia grasa y todavía, y de pilón, envuelto todo eso en su propia tripa.
Pero igual, en el sur hay un platillo excepcional, el cual a mí en lo personal me gustó mucho. Me ha gustado mucho cuando he ido a Chiapas: la chanfaina. Es decir, las vísceras del venado en un jugo o salsa de otro mundo. Para mí, insisto, un manjar. Voy a recapitular unilateralmente: he comido serpiente, tortuga, hormigas, gusanos, venado, conejo, armadillo, pato, codornices, ranas… pero, para mi desgracia, no jabalí.
Y usted lo sabe, jabalí asado y frutos de su isla desierta es todo lo que comen una treintena de niños que se salvaron de un naufragio, cuando el avión en el cual eran transportados cae bajo la metralla de fuego enemigo en la Segunda Guerra Mundial. Sí, es la portentosa novela de William Golding, “El Señor de las Moscas” (1954), texto el cual explora la agresividad, el anhelo de poder y la nula inocencia de la treintena de niños, los cuales se organizaron a sí mismos durante su estancia en dicha isla sin adultos.
Exploración terrible sobre la maldad humana (¿nace con nosotros? ¿La bondad entonces se adquiere, al nacer perversos y sin valores?), la treintena de niños (el más grande de 13-14 años, el más chico de 6 años) tiene que obtener comida de donde sea. Y lo único a la mano en la isla son frutos, de todo tipo de pelaje, y jabalíes salvajes. Durante el tiempo que dura su periplo en la isla, esto es su menú diario. Y agua no salobre obtenida de la lluvia o por filtración. Lea usted algunos fragmentos, pero nada como deleitarse con semejante novela que al autor inglés le valió el Nobel de Literatura (1983).
“Una hoguera ardía sobre la roca y la grasa del cerdo que estaban asando goteaba sobre las invisibles llamas… Reían y cantaban, tumbados en la hierba, en cuclillas o de pie, con comida en las manos… Aún quedaba comida, dorándose en los asadores de madera, apilada en las verdes bandejas. Piggy, traicionado por su estómago, tiró un hueso roído a la playa y se agachó para servirse otro trozo”.
“Los tres muchachos se sentaron. Habían traído gran cantidad de fruta, toda ella madura. Cuando Ralph empezó a comer, le sonrieron…” ¿A qué sabe un jabalí asado?, ¿igual a un cerdo? No lo sé. Espero algún día comerlo a las brasas, como esos pobres y enloquecidos chiquillos de la novela de William Golding.