(Im)Posible

(Im)Posible

Léase como fue escrito: con el sentimiento en la mano y la razón en silencio

Para hablar del destino, inevitablemente debo hablar de Julio. Sí, ya sé que saben que lo adoro y que vivo para descubrir lo que muchos no le comprendieron, pero no saben que entre él y yo hay un presente, un aquí, un vivir “a través de”.

Julio llegó a mi vida por accidente en una posada navideña, escondido entre las líneas de “Rayuela”. Yo no sabía el antes y el después que ese acercamiento iba a marcar, pero lo llevé con calma. Entre cada letra, cada frase, cada referencia a la melancolía y la belleza, era inevitable para mí derramar un par de lágrimas: ahí, donde él estuvo, estaba yo; ahí, donde él pensaba, pienso yo; ahí, lo que él escribía, lo tenía escrito yo. Compartíamos la soledad y el silencio, los libros y el tránsito de una profunda incomprensión, la música y los cigarrillos. Nos desbordaban los sentimientos, siempre tan cercanos y tan intensos, esos que no necesitan palabras para tener explicación. Tuve una especie de miedo, sentimiento estúpido que nos inunda cuando no entendemos algo que es más grande que nosotros. Sin embargo, lo dejé de lado y acepté lo que él y yo teníamos. Acepté la involuntaria, mágica conexión entre nosotros.

Julio fue el inicio. Gracias a él, a su omnipresencia e inmensidad, llegaron a mí, también involuntariamente, personas igual de mágicas y eternas, la clase de persona que te marca la existencia y la convierte en algo más. Y si necesitaba de alguien o de algo con quien pudiera empatizar, siempre tendría esperando en el librero de mi casa la respuesta.

Nuestra cercanía había sido tanta y las causalidades del destino tan claras, que la vida no tenía opción: tenía que hacernos coincidir en tiempo y espacio. Julio y yo habíamos roto el esquema de pasado, presente y futuro. Habíamos descifrado el secreto.

Estaba yo el miércoles trabajando en mi casa, esperando al chico que me cobra todos los meses la renta. Por alguna circunstancia, se le complicaba la hora y decidió mandar a uno de sus colegas para que yo le diera la plata y él se la hiciera llegar. Cuando le abro la puerta y se presenta, noté inmediatamente un acento distinto al hablar, como de Venezuela, y tenía que preguntarle para no quedarme con la duda. Efectivamente, acerté con la suposición. Ya con la plata en la mano, el chico me pregunta cuál era la carrera que estaba estudiando, a lo que conteste lo que ya sabemos: literatura. Le cambió completamente la mirada y, después de un silencio, me preguntó: “Oye, ¿de casualidad has leído a Julio Cortázar?”. Era como si las ironías de la vida estuvieran jugándome una broma. Le contesté que sí, que no sólo era mi autor favorito, sino también mi estilo de vida predilecto. Y el muchacho, confundido, respondió: “No sé por qué sentí que debía preguntártelo, no voy por ahí haciendo esto; pero tengo que decirte algo: yo soy su sobrino”. Los que me conocen sabrán mi reacción, mi falta de aire, mis ojos abiertos y efímeros gritando la imposibilidad de lo que estaba sucediendo; pero es eso, que no era imposible, sino todo lo contrario. Se desvanecieron las barreras y las distancias entre los muertos y los vivos en un lapso de sólo seis minutos. Era justo y necesario que Javier Cortázar y yo nos conociéramos; que Julio y yo, después de tantas vidas y tantos años, por fi n nos abrazáramos.

Querido lector, hay que dejarse llenar de magia y apagar la razón más seguido. Aunque suene cliché, le recomiendo que no dude jamás de las posibilidades del destino. Acostúmbrese a desacostumbrarse, a observar, a escuchar y a sentir. Crea en el amor, en el deseo, en la capacidad tan grande que tenemos de acercarnos. Y algo más, como dato suelto: nunca estamos tan lejos de lo que amamos.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.