¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE AMOR?

“Con todo esto no pretendo resolver ningún problema, sino, por el contrario, sugerir hasta qué endiablado punto todo esto lo es”. – José Ortega y Gasset

“¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?”, eso se pregunta Raymond Carver no sólo en uno de sus textos, sino a lo largo de su colección de relatos que lleva el mismo título.

No es novedad que yo plantee este asunto en mis columnas de los viernes; ya es sabido que el amor es, de todos los temas, el que más me gusta. Lo que sí es novedad es detenerse un momento y analizar la pregunta: ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

Hace un par de días terminé un libro del magnífico José Ortega y Gasset, titulado “Estudios sobre el amor”.

En él se abordan las distintas corrientes filosóficas y prácticas que el amor ha tenido a lo largo de los siglos, las cuales han determinado el comportamiento y significado superficial de lo que es el concepto del “amor”.

(Abro paréntesis para enfatizar que el amor, en principio, nos lo enseñan como concepto. Ya, con el tiempo, creo que uno aprende a solventar ese daño y le atribuye un sentido. Algunos de ustedes, queridos lectores, me podrán o no corroborar esta cuestión).

Después de conocer y reconocer lo que han dicho y establecido los grandes pensadores, en el último capítulo del libro se explica la procedencia del término “amor” y el autor se detiene a explicarlo, no como yo que tendré que resumirlo.

En pocas palabras, “amor”, aunque tomada del latín, procede de una raíz etrusca, o sea, del pueblo etrusco, del que muy poco se habla a pesar de haber sido predecesor de la cultura de los romanos (aunque después éstos hayan modificado todo el orden social de igualdad entre hombres y mujeres que llevaban los etruscos).

El gran imperio tomó prestado este vocablo forastero para denominar un comportamiento, precisamente “extranjero” para ellos, conocido como “el ilustre destino” de los etruscos, y que hoy en día utilizamos como si supiéramos realmente de lo que estamos hablando.

A la par de esto, se compagina el libro del andalusí Ibn Hazm titulado “El collar de la paloma”, de donde Ortega y Gasset rescata los siguientes versos de un poema:

“Te amo con un amor inalterable / mientras tantos amores humanos no son más que espejismos (…) No quiero de ti otra cosa que amor / fuera de él no te pido nada. / Si lo consigo, la Tierra entera y la Humanidad / serán para mí como motas de polvo, y los habitantes del país, insectos.”

Como creemos conocer el significado de “amor” o por lo menos lo que hemos aprendido de él a lo largo de los años, entonces creemos que entendemos lo que Ibn Hazm quería decir en su breve desahogo poético…

Pero tal vez no. Si bien “amor” era para el pueblo etrusco algo tan distinto de lo que hoy hacemos y conocemos, ¿cómo pensar que pasados tantos siglos y años se ha mantenido un solo comportamiento, un solo sentido que identifica lo que hablamos cuando hablamos de “amor”?

No lo sé, querido lector. Yo no puedo decirle ningún argumento de autoridad al respecto.

Vivimos en un mundo de conceptos e ideas donde todos queremos encontrar lo que también conceptualizamos como Verdad, y yo prefiero no asegurarle ninguna.

¿Cómo voy a hablarle de verdades y de amores cuando lo hemos adaptado todo a nuestro aquí y ahora? Es en este tipo de situaciones donde, personalmente, prefiero dejar de lado las razones y dejar suceder las sensaciones.

La mentira es propia de la gente, pero no del cuerpo. Amor o no amor, lo que sucede químicamente en nuestro organismo es irreprochable, incontrolable y verídico.

Y vaya usted a saber: quizá la respuesta no sea saber de qué hablamos cuando hablamos de “amor”, sino qué pasa y qué nos pasa de verdad cuando lo sentimos.

LA AUTORA

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.

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María Treviño

Joven apasionada por las letras, heredo de su madre y abuela los deseos de contar historias, con apenas 19 años de edad, María Treviño ya sabe lo que quiere en la vida, escribir es la máxima expresión de su existencia.