GULA Y EROTISMO 3/3

Ayer eran mejores noches a ésta. Tarros de cerveza, por lo menos, esperaban en la orilla de la tabla, mientras los manjares desfilaban, como soldados de infantería rusa, en una secuencia milimétrica, algebraica: frutos azules cayéndose de morados. Ayer eran mejores noches a ésta. Ayer eran mejores días a este tiempo el cual nos asiste. Hoy son días lerdos de prohibiciones. No comer de este manjar, por el colesterol. No comer de aquello por las toxinas. No beber de esa fuente embarazada de licor, no beber de aquel elixir de amor… no beber, no comer. No vivir.

Ayer eran mejores días a estos. Gula y erotismo, ¡gran combinación! Gastronomía y literatura siempre harán feliz matrimonio. Y si hay buena comida, habrá un festín literario. No la prohibición, sino el disfrute estético. No el combate al colesterol, sino las pasiones y la gula nos harán libres. Siempre desfilarán buenas y suculentas letras en los mejores escritores de la literatura universal. Es el caso de dos momentos cumbres, dos momentos irrepetibles de la humanidad los cuales aquí hemos glosado en anteriores ocasiones: En un lugar de la Mancha, donde Miguel de Cervantes tatuó a fuego lento su historia, apenas en la tercera línea, la cocina se hace presente: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos lo sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura losa domingos…”

Don Quijote, el esquelético Hidalgo sigue cabalgando con su lanza en astillero, su adarga antigua y su rocín de huesos y tripas. No menos conmovedor es la evocación, el poder de la memoria la cual nos transmite Marcel Proust al traernos a la boca y olfato su “Magdalena”, ese bollo de “En busca del tiempo perdido” el cual, mezclado con té, evoca todos nuestros recuerdos y nos acerca a ciudades melancólicas. Una olla podrida y una “Magdalena.” Carajo, perdón por insistir, eran mejores tiempos a estos. No era necesario calcular aceites, grasas y proteínas en una amalgama perfecta la cual, a quien la practique, lo llevará sin disfrute alguno al mismo lugar que a nosotros, los desaforados de carne y espíritu: a la tumba.

Para el poeta Orlando González Esteva, no hay nada mejor a un cuerpo en bandeja. En la siguiente cuarteta de versos octosílabos, nos acerca un pedazo de paraíso a nuestros labios: “Ah, tus pechos descubiertos/ y el pequeño caracol/ de tu ombligo bajo el sol. / ¿No oyes reír a los muertos?” El eternamente desgraciado Miguel Hernández nos recuerda del corazón, el cual es “una naranja helada/ con un dentro sin luz de dulce miera.” Eran señores lectores, otros tiempos. Sí, donde se apostaba la vida en un verso. No se escribía entonces con tinta ni papel, sino con linfa y la misma existencia.

Adán, triste varón, no fue expulsado del paraíso por deleitarse con los pechos primigenios y puntiagudos, claves del alfabeto, de Eva; tampoco fue expulsado por recorrer, moroso, los muslos redondos, de columna romana, de esta hembra hechas de éter y lamentos, no; el triste Adán fue expulsado por comer del… fruto prohibido. Ponga aquí lector, su fruta favorita. No la manzana en mi caso, sino la papaya o el mango. En ocasiones, la mora y las frambuesas. En fin, el festín es interminable.

Llega la noche. Una musa de piel tersa, del color oro de un ron antillano, la he invitado para contarle de versos secretos y libertinos. Se llama Avril. Extraño nombre para esta mujer de pechos redondos y piernas largas, largas como pan baguette mezclado con miel recién horneado. Avril tiene el cabello largo, negro y sedoso, como yegua de un tablero de ajedrez. Le digo entonces de un juego donde se amalgaman manjares y una fantasía sexual explícita. Avril ríe. Se desabotona su blusa de fino encaje blanco. Coqueta, pregunta ¿a qué crees qué saben mis pechos Jesús?… llega la noche.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.