GRACIAS A LAS SOMBRAS

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De todos los cuentos infantiles, el de Peter Pan se lleva un puesto de honor. Todo el relato emociona, como aquel momento emblemático de la persecución del niño de Nunca Jamás a su sombra. Una búsqueda de enormes esfuerzos que acaba en una pelea de esa sombra huidiza con su “soberano”. Sólo al final, Wendy consigue coserla a los pies de Peter, dejándola así aprisionada.

Y me han venido a la mente tantas “sombras vivientes”: personas que están ligadas irremediable y enamoradamente al éxito de tantos de nosotros. Algo parecido a lo de Peter Pan, pero al revés: una sombra que acompaña, atándosenos en todo momento.

Cómo poder olvidar la imagen de una ancianita arrugada, pequeña y ojerosa que conocí en un funeral de un hombre muy importante hace años. Ahí, con el corazón entre las manos, los ojos llenos de lágrimas y el abrazo de sus hijos, lloraba la partida «de mi queridito genio», como ella llamó a su esposo en sus palabras de gratitud a quienes estábamos ahí. Pero fueron las palabras de su hijo mayor las que más nos emocionaron a todos: «todos los logros de mi padre sólo fueron posibles gracias a la paciente y amorosa presencia de mi madre, que todos los días lo esperaba en casa y le sonreía con amor. Sin esa sonrisa, mi padre no hubiera logrado nada».

O ese otro testimonio que leí hace tiempo de un señor que dedicó toda su vida a limpiar zapatos en las plazas de su ciudad «para que mis hijos puedan tener un futuro», según sus palabras. Y lo logró: años después, con las manos agrietadas y sucias por la grasa, abrazó a su primogénito José, que se recibió en la Universidad y luego se convertiría en un exitoso abogado… fruto de esas mañanas de limpiar y pulir los zapatos de anónimos que pasaban por las manos de su padre.

¿Otro testimonio? El de mis papás -y perdonen que me ponga un tanto personal y emotivo ahora- que, con gran sacrificio e infinito amor, apoyaron desde mi tierna edad que entrara al seminario y me aventurara en esta preciosa vocación de ser sacerdote para Dios y para los demás. La separación física nos ha hecho llorar en varias ocasiones, pero el amor siempre nos ha unido y permitido caminar con una sonrisa en el rostro en todo momento. A mí y a ellos.

Sombras. Sombras atadas a nuestras vidas. Padres, madres, esposos y esposas. amigos… todos constructores de nuestra existencia con los ingredientes del amor, la paciencia y el sacrificio. Sí, existen millones de “personas-sombras”, como los ejemplos arriba expuestos, que cuidan de nosotros y nos confortan con su cercanía y afecto. Sin grandes aspavientos, pero con cariño infinito. Peter Pan, estoy convencido, nos tendría envidia... Y sin embargo, cuán poco nos damos cuenta de algunas de estas sombras que, como una especie de sedante, hacen más llevadera nuestra vida.

Desde estas líneas quiero agradecer a todas esas personas. Y te invito a tú también hacerlo. Porque no me puedes negar que con su presencia permiten que esto de ser humano resplandezca. ¡Queridas sombras! El mundo -nuestro mundo- no sería lo mismo sin ellas.