FRUTOS AMARGOS Y PODRIDOS

CEDILLO

Acaba de pasar (según yo, y para fortuna de todos) la temporada de fiestas de diciembre, Navidades y celebrar el Año Nuevo. Una cosa intrascendente, en honor a la verdad. Al menos para mí. Esos días solo hago una oración más grande de lo habitual y me entrego a escuchar buena música, leer mi pequeño breviario de oraciones y acostarme temprano. 

¿Disfrutar? Pues lo hago todo el año. Mientras se pudo, con la maldita pandemia esto se vino abajo. Y ya casi es imposible salir sin arriesgar la vida. En fin, es eso llamado “nueva realidad”. Antes de Navidades, y cuando deambulaba como siempre en Monterrey en el Mercado Juárez, siempre con mi bozal bien puesto y guantes en mis enjutas manos, fui a dos puestos de libros y revistas usadas que se rehúsan a morir. Se rehúsan a ser engullidos por la modernidad. Aún es posible conseguir revistas de la legendaria “Playboy” y, claro, “El libro Vaquero”. Sin faltar revistas ya desaparecidas en el mercado editorial mexicano, el ya inexistente mercado editorial.   

Oteando libros y revistas, di con un libro inconseguible hoy: “Recuento de poemas 1950-1993” para una editorial, según yo, ya muerta, Joaquín Mortiz. Y, claro que usted lo sabe, la autoría es del inconmensurable Jaime Sabines. Poeta de los más queridos en México y en Latinoamérica. De los más queridos y más leídos. No podía dejar dicho libro a la intemperie y me lo compré. Aunque debo de tener los libros sueltos de este esteta en sus primeras ediciones la gran mayoría. Años, lustros que no lo leía. Hoy mis intereses son otros, pero ha sido un buen descubrimiento volver a repasar su poesía. Volver a repasar su poesía de lija, rasposa, atormentada donde hay una sola bifurcación posible: la vida o la muerte. 

Como no queriendo la cosa, fui subrayando los versos donde habla de comida, gastronomía, vinos, frutos… por lo general, solo frutos podridos y amargos al paladar. Si un poeta, un buen poeta, puede convertir en oro la bisutería, es también cierto y correcto que cualquier fruto dulce y sano puede terminar impregnado de gusanos y moscas, amargo y avinagrado, merced a ese don divino: el lenguaje, las palabras. 

Lea usted lo siguiente: “Uno es el agua de la sed que tiene,/ el silencio que calla nuestra lengua,/ el pan, la sal, y la amorosa urgencia/ de aire movido en cada célula”. Bellos y potentes versos que nos describen en clave de gastronomía. Ahora lea esto: “Cortemos la fruta del árbol negro,/ bebamos el agua del río negro,/ respiremos el aire negro”. Pues sí, la peste en pleno. Ahora estos versos en los cuales el poeta (nosotros mismos, nos vemos y nos reconocemos) busca aquello inalcanzable: “Se está enfermo de miedo como de paludismo/ Alguien se refugia en las pequeñas cosas,/ los libros, el café, las amistades…”

Café y cigarro fueron amigos inseparables del poeta Sabines. ¿Quién es un poeta? Aquel pudriéndose “como un costal de frutas y gusanos”. Poesía de vida o muerte. Regresaré con un texto más. 

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.