EN ESPERA DEL PREMIO

JUAN ANTONIO RUIZ

Hace unos días recibí un Whatsapp de un amigo. Se trata de Esteban, un joven de 24 años que acaba de terminar su carrera de agronomía.

Hasta hace un año vivía con sus padres. Su profesión lo ha llevado a encontrar trabajo en el campo, teniendo que transcurrir varias semanas en poblaciones alejadas visitando cultivos. Disfruta mucho su trabajo y, al parecer, le va excelente. Siendo ingeniero, la empresa que lo ha contratado le paga bastante bien, y como su trabajo ha rendido buenos frutos, le han subido el sueldo en menos de un año.

Cuando tiene oportunidad, regresa a su ciudad, para pasar unos días con sus padres. Tiempo que también aprovecha para ver a sus amigos, ir a fiestas, reuniones, comidas y para jugar fútbol americano. 

Hasta este punto, cualquiera pudiera pensar que se trata de un joven común y corriente. Sin embargo, vive algo muy importante en su vida, por lo cual lucha día a día. Esteban se esfuerza por ser coherente con su fe y con sus principios morales.

A su edad, dice que no es fácil mantenerse firme en sus principios. Cuenta que en el lugar donde le toca trabajar, la vida moral, lamentablemente, deja mucho que desear. Me comentaba que se le presentan ocasiones en que la forma de diversión es muy inmoral, y que le cuesta mucho rechazarlas o “sacarles la vuelta”. La presión del ambiente pesa mucho, pero se ha podido mantener firme.

Le pregunté qué hacía para hacer valer sus principios en medio de ese ambiente. Su respuesta deja entrever que lo primero en estos casos es tener claro el ideal que se busca en la vida. Me decía: «El mundo por todas partes te invita a caer, y luego, por estos lugares, la gente del campo está acostumbrada a llevar una vida más licenciosa. Hay mucho alcohol, droga y sexo. El problema es que viviendo en medio de este ambiente, uno puede ir cediendo terreno, dejándose seducir».

Me contaba que, recientemente, uno de los jefes vino desde Estados Unidos a visitar los cultivos. A lo largo de la conversación, mi amigo se dio cuenta que el señor tenía buenos valores, con lo cual se animó a revelare las dificultades que enfrentaba. Finalmente, Esteban le dice: «todos acá se ríen de mí cuando les digo que soy casto». Su jefe, viendo su sinceridad, le responde: «no te preocupes, sigue firme con tus convicciones; tarde o temprano vendrá el premio».

Para Esteban, las palabras de este señor fueron un aliento que Dios le enviaba, en donde le decía que iba por buen camino, que siguiera adelante. En lo más mínimo teme que se burlen de él, pues está convencido de que para defender sus principios se requiere más fortaleza, más valor y más dominio que en cualquier otra empresa. Su ideal está claro: ser fiel a Dios y a su conciencia; poder dormir tranquilo. Y confía plenamente en que Dios le dará una buena mujer por esposa, como recompensa a su fidelidad. 

Un buen resumen de todo lo expresa Esteban, al concluir su mensaje: «cada vez que regreso a mi ciudad, aprovecho para ponerme al día con mis compromisos, con mi familia y mis amistades; pero, especialmente, con Dios».

Juan Antonio Ruiz

Sacerdote Legionario de Cristo dedicado a la formación y orientación de la juventud saltillense, maestro en el Instituto Alpes-Cumbres en Saltillo.