En defensa de la otredad

¿Qué es alimentación sana, con respecto a qué cultura, en que parte del mundo. E incluso y sólo para suscribirnos a nuestro entorno, en qué parte del país?

El buen alimento es el que mejor le caiga en su panza. La mejor bebida es la que usted apetezca señor lector. El mejor libro es el que usted tenga por favorito. Por andar elogiando la carne y hablar no muy fiesteramente de los vegetales y lo verde de la vida, me llegaron hartos mensajes y comentarios. Gracias por atender estas letras. Soy carnívoro, la verdad. Eso de la salud de las verduras, frutas y jugos, nunca se me ha dado. Mi alimentación y en honor la verdad, es desordenada. Como lo he sido yo toda mi vida. Pero respeto ampliamente si usted va a la cafetería de la esquina al pardear la tarde, va a su tertulia habitual y se deleita con interminables tazas de café deslavado y un vaso de agua a un lado.

Si usted se alimenta con verduras, hortalizas y buenos platos de fruta de temporada, sin duda alguna, eso es un placer irrepetible para usted y sin dudarlo, lo respeto. A mí en lo personal varias cosas no se me dieron; ya hoy, viejo, menos se me van a dar. Pero respeto su opinión, la opinión del “otro”, la otredad a la cual no pocas veces condenamos. Recuerdo entonces un viejo aforismo de Michel de Montaige, “cada uno llama barbarie a aquello que no forma parte de sus usos.” Reconozco de las bondades de una alimentación sana, pero de eso a practicarla, pues nunca doy el paso. Insisto, ya no se me dio. ¿Qué es alimentación sana, con respecto a qué cultura, en que parte del mundo. E incluso y sólo para suscribirnos a nuestro entorno, en qué parte del país? Lo que para uno es día diario; para el otro, es inalcanzable, impensable e incluso, incomible. Recuerdo tres manjares de mis años mozos. Los hacía mi madre periódicamente. ¿Es comida en desuso hoy? No lo sé. La comida lo hemos visto a la largo de esta columna, tiene aspectos que derivan en situaciones y simbología con acentos de tipo social, político, analogía religiosa, literaria y claro, tintes de costumbrismo regional y nacional.

Van los tres manjares que no veo por ningún lado en los restaurantes locales: manitas de cerdo lampreadas. Ancas de rana, al ajo o a las brazas. Y claro, cómo no, hígado encebollado. Caray, se me hace agua la boca. ¿Por qué desaparecieron de nuestro menú semejantes engranajes culinarios? En Monterrey, hay una taquería de alta escuela, su platillo estrella: tacos de hígado encebollado. Aquello es un éxito. En Guadalajara y en Durango, capital, conozco dos restaurantes donde la especialidad es ancas de rana cocinadas en un abanico de posibilidades para relamerse los bigotes. ¿Esto es preferible a una buena ensalada o una sopa de verduras, llameante y olfativa? No. Es lo que usted apetezca, deguste y tonifique su cuerpo. En 1883, año cercano relativamente, el colombiano Federico Cornelio Aguilar, quien escribía en “El Diario del Hogar” en el DF, se quejaba de que México era maravilloso, salvo su cocina. Dijo que el mole era un “menjurje impasable.” (Ojo, así lo escribió, no menjunje).

Otra cosa que él detestaba es imagino, algo que a usted le encanta, el guacamole. ¿Ya ve que esto no es cosa sencilla, señor lector? En un libro de impresiones de un viajero, el inglés Charles Macomb (“¡Viva México!” publicado en 1994), dijo que el pulque era una especie de suero de “leche degenerado.” Para mí, es manjar de dioses y cada vez que voy al DF, voy a beberlo a una de las pocas pulquerías que quedan vivas en el Centro Histórico capitalino. Lo que para nosotros es impensable comer (grillos, hormigas, serpientes, flores), en el bello sur de México es receta obligada. Y claro, voy de acuerdo, eso de comer carne diario pues sí, aburre y enfada. Por pura vanidad prometo volverme vegetariano próximamente. Aunque sea una semana. Así sea.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.