Elogio de la carne asada 2/3

¿Usted es de los que acostumbran una ensalada verde para acompañar su carne? 

Qué nos identifica y nos da pertenencia a una tierra, es decir, lo que conocemos como patria, nuestra patria? Patria, término candente que nos da identidad y pertenencia. No un término o denominación y definición llana y huera como Estado, nación o país. No. Patria, el lugar de nuestros padres. Donde nacieron nuestros padres, donde nacimos nosotros, donde nacerán nuestros hijos. No poca cosa señor lector. Y hay dos ejemplos, de decenas de ellos en los cuales me detengo hoy para ofrecerle a usted el patrón de lo que debe de ser una buena carne asada, un asado, como dicen los argentinos; un elogio de la carne asada norteña.

En el poema “La patria”, de Julio Cortázar, ese Julio al cual todos quieren y han leído, éste, al hacer un panegírico amoroso y doliente de Argentina, en sus 64 versos libres, no duda en escupir lo mismo halagos que vituperios, añoranzas y presentes; define a su patria, la Argentina, como una tierra “sobre los ojos” a la cual quiere, donde ésta se quema a “fuego lento” y donde el que “come los asados”, “te tira los huesos…” Ojo, el asado no es un platillo entonces, no es un simple y sencillo platillo servido en la tarde o en la noche, como abrazo fraterno entre familias, amigos y vecinos, no. Como en la Biblia, el alimento se convierte en metanoia (transformación), deja de ser comida/fruto, para convertirse en símbolo, rito y no pocas veces en sí mismo, divisa de identidad en juego.

El asado y para Julio Cortázar, es el símbolo de todo un país, la Argentina. Y caramba, cómo no lo va a ser si tiene algunas de las mejores vacas que se pueden dorar y el asado es parte de su historia, vida y tradición. Cuando Charles Darwin llegó a este extremo del Continente Americano en 1832 a investigar y documentar sus teorías de la evolución, un año después de su estancia, en carta enviada a su hermana, le cuenta: “Me he convertido en todo un gaucho, tomo mi mate y fumo mi cigarro y después me acuesto cómodo, con los cielos como toldo, como si estuviera en una cama de pluma. Es una vida tan sana, todo el día encima del caballo, comiendo nada más que carne y durmiendo en medio de un viento fresco…” José Hernández en su inconmensurable “Martín Fierro”, lo dejaría por escrito en versos octosílabos: “Y verlos al cair la noche/ en la cocina riunidos,/ con el fuego bien prendido/ y mil cosas que contar,/ platicar muy divertidos/ hasta después de cenar.”

El asado, la buena carne asada y el fuego obligan a la charla, a la confesión fraterna entre varones y damas de honor, de carácter y palabra, donde no hay espacio ni territorio para el tedio. Ese ocio y tedio que hoy se cobran los celulares y las redes sociales. Por algo y en ciudades ardientes como Ciudad Acuña, Nueva Rosita, Monclova, Piedras Negras… el tamaño del asador en el patio implica el status y es el don más preciado y la posesión más disputada. Ya me acabé el espacio y sólo queda una columna más para tan atávico tema, pero en fin. El otro ejemplo es de sobra conocido por usted. Es el canto XIX de “La Odisea” del divino Homero. Aquí se deletrea y milimétricamente un buen asado, uno de tantos banquetes en que asiste Ulises o bien, Telémaco.

Se lo cuento en la próxima columna, pero no deja de ser por demás interesante que un buen asado, la carne asada forma parte de nuestra identidad regional y nacional, no sólo es un llamado a la tabla. ¿Usted es de los que acostumbran una ensalada verde para acompañar su carne? Al parecer esta moda es digamos, reciente. Hacia 1860 y en la Argentina, cuando esto se empezó a promover, a Domingo Faustino Sarmiento se le llamó “come pasto.” Caray, de que somos carnívoros, lo somos.

Jesus R. Cedillo

Escritor y periodista saltillense. Ha publicado en los principales diarios y revistas de México. Ganador de siete premios de periodismo cultural de la UAdeC en diversos géneros periodísticos.